El regreso discográfico de 091 no puede considerarse una sorpresa, pero sí un acontecimiento. La posibilidad de que el quinteto granadino retomara su andadura con nuevas canciones parecía algo más que plausible una vez que la banda se había reencontrado en una gira de retorno que se saldó con un éxito de público incuestionable y hasta un souvenir en forma de disco y DVD, Maniobra de resurrección (2016), que avalaba las buenas hechuras de la banda en este periodo de renacimiento. Y de la misma manera que la discografía de 091 se desatendió en su momento y extendió sobre sus artífices una aureola de malditismo, de grupo que debió alcanzar altas cotas y se estancó en los círculos de culto, ahora parece que un amplio público adulto está dispuesto a testimoniar su afecto. Por eso tiene cierta lógica que José Ignacio Lapido se avenga a orillar su trayectoria en solitario y haya cincelado diez nuevas composiciones para aprovechar el súbito valor adicional que aporta la marca. Nada que objetar, salvo la constatación de que Lapido, compositor excelente, parece elegir formulaciones más obvias y directas cuando opera en connivencia con el cantante José Antonio García y demás integrantes de la tripulación. Los dos, García y Lapido, publicaron sendos discos recientes que pasaron bastante inadvertidos (Lluvia de piedras, en 2018, y El alma dormida, en 2017, respectivamente), pese a la excelencia del segundo. Y los dos barruntan que durante este 2020 no les faltará trabajo ni kilómetros de carretera a cuento de estos diez cortes directos, trepidantes y a ratos inspirados y pegadizos, pero algo más convencionales de lo que desearíamos en una formación de tanto pedigrí. Ese toque vaquero, casi de western, que define el emblemático Vengo a terminar lo que empecé se reitera durante distintos pasajes del álbum, con aldabonazos poderosos en los casos de Por el camino que vamosCondenados, que incluye acaso las dos mejores líneas del lote: “Habrá que admitir que el futuro ya no es lo que era / A punto de verle la cara a la posteridad”. Apetece seguir encontrándonos con 091 en la carta y La otra vida, que suena a segunda oportunidad, ofrece augurios de excitación frente al escenario. Pero no habría estado mal una pizca más de osadía en una banda que, acostumbrada a la oscuridad y un ostracismo inmerecido, no quiere moverse ahora por miedo a que el foco deje de apuntarle.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *