Bastante antes de acertar en el centro de la diana con el inolvidable Year of the cat (1976), el escocés Al Stewart ya acreditaba una década de actividad y casi media docena de álbumes, entre buenos y muy notables, aunque solo les prestaran atención los aficionados más adscritos a la causa acústica y la canción de autor. Zero she flies fue la tercera de sus grabaciones y acaso la mejor de las rubricadas antes de aquella anualidad gatuna en estado de gracia. Stewart era todavía un pipiolo (24 añitos) cuando abordó esta entrega, pero ya afianzaba ese fraseo característico: entre distinguido, elegante y un punto mordaz, como de trovador con pajarita. Un auténtico caballero británico, por más que su oficio de cantarín le ubicara entre los más comunes de los comunes.

 

“Zero…” asentaba el universo “folkie” de su antecesor, Love chronicles (1969), lejos de esos horrendos ropajes orquestales que habían emborronado en 1967 un debut, Bedsitter images, al que en otro caso le tendríamos más cariño. Y aunque muchos hayan olvidado este tercer disco, incluía al menos tres perlas de cantautor, la adusta My enemies have sweet voices y dos preciosidades, Gethsemane, again y Manuscript, a lo que debemos añadir el soberbio pellizco eléctrico de una de las mejores canciones de Stewart de todos los tiempos: la cáustica Electric Los Angeles sunset.

 

Pueden parecer curiosos, con la mirada de hoy, los interludios de guitarra acústica (Black hill, Room of roots) que servían como paréntesis instrumentales, en un estilo próximo a John Renbourn. Y, ojo, entre los músicos que acompañaban a Al en el álbum nos encontramos con Gerry Conway y Trevor Lucas, ambos en las filas de Fotheringay: la banda que propició Sandy Denny tras abandonar Fairport Convention. Muchos motivos, en fin, para reflotar esta pequeña joya ignota.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *