El mundo llega ya tarde para descubrir a Faneka, puesto que Inés de Lis, Bruna González y Anika afrontan a estas alturas ya su tercer trabajo, pero Naranjas al mar es un primor tan palmario, flagrante y evidente que solo podemos ser tenaces y vehementes a la hora de elevar nuestra voz de alarma. Las tres cantan y componen, enhebran unas armonías vocales fabulosas y logran sonar a un tiempo contemporáneas, folclóricas, tradicionales y atemporales, porque han interiorizado tantas formas clásicas de canción que parecen atrapar melodías escuchadas a esas abuelas a las que mencionan en el primer corte y a las que homenajean con una dedicatoria particularmente hermosa en el libreto: “Nos conectan y nos inspiran para seguir luchando por el mundo amoroso y justo que ellas merecían”.

 

Resta aún demasiada batalla por librar en ese sentido, para nuestra desgracia y de quienes nos habrán de suceder, pero también queda el consuelo de que álbumes como este nos alegran la vida y embellecen el alma y la estantería en la que le hagamos hueco. El trío prioriza el castellano, pero aquí también hay incursiones en el catalán (que es tierra adoptiva), el gallego (por los orígenes familiares de Inés) y el inglés en el caso de la fantástica Seven years, que las convierte en inesperadas herederas de las hermanas The Roches. Y en esa versatilidad dentro de la delicadeza acústica radica buena parte del encanto de una banda que mira con veneración el folclor latinoamericano (y convoca a Guada para que las acompañe en Cortina, una maravilla cuya autoría habríamos podido atribuir a la argentina), no desdeña el folk-pop con Para conquistarnos y se desenvuelve con tanta soltura en códigos del folclore castellano o de la cobla catalana.

 

Ayudará, con toda seguridad, que un veterano maestro de la elegancia como Gonzalo Lasheras asuma la silla del productor, como ya hiciera en el caso de la obra anterior, Caliu (2022), pero nada de esto sucedería sin esa materia prima finísima de tres mujeres abrazadas a sus instrumentos de cuerda (guitarra, violín, violonchelo y charango son siempre las opciones primordiales) y que priman las percusiones tradicionales frente a la batería cada vez que Alán Denis completa la alineación.

 

De hecho la batería destemplada en el tramo final de Alalá es el único borrón en un repertorio lo bastante distinguido como para que tanto los arreglos como la apelación a Pousa chirríen con estruendo. Pero es apenas un minuto fallido en uno de los grandes manjares de la música peninsular del año. Faneka suscitan ilusión y emoción porque apelan a una hermandad intergeneracional y sin restricciones geográficas: aquí solo el encanto, la belleza y la empatía sirven como monedas de cambio.

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