Tiene algo de milagroso que un artista como Alessio Bondì, tan alejado de cualquiera de los patrones convencionales de la música popular europea, se consolide fulminantemente con su segundo trabajo y que “Nivuru”, como “Sfardo” hace un par de temporadas, goce de distribución por tierras peninsulares. Bondì proviene de Palermo y como punto de partida podríamos considerarle un cantautor con querencia por las formas folclóricas, pero cualquier intento de constreñirle estilísticamente salta por los aires en este nuevo álbum, un estallido de luz y vitalidad que rompe los patrones desde el momento en que su apertura, “Ghidara”, se acerca más a las traviesas guitarras del funk que a las previsibles sonoridades mediterráneas. Obviemos las ideas preconcebidas, en cualquier caso: Alessio es permeable a la balada intensa (“Si fussi fimmina”, donde su voz se vuelve doliente y temblorosa), a los ecos lejanos que sugiere la flauta boliviana para “Café” o al desparpajo negroide, con sus arreglos soul de metales, para “Savutu”. Hay incluso alguna aproximación a la música brasileña en esta colección sensual y desprejuiciada, en una reivindicación de Sicilia como puerto de acogida para las corrientes más diversas. Bondì canta en dialecto siciliano, por aquello del orgullo y el hecho diferencial, pero quiere darse a entender: el espléndido libreto incluye las traducciones de sus letras no solo al castellano y al inglés, sino también al propio italiano. Por eso sabemos que es enamoradizo y torrencial, y que podría sobrevolar incluso las aguas en busca de su amada para “L’amuri míu pi tía”, la joya definitiva de este álbum, eclosión acústica irresistible y el puente estilístico perfecto entre, digamos, Paolo Conte y Jorge Drexler. Ahí queda eso.

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