La lotería televisiva concedió una segunda oportunidad a este disco delicioso, del que ahora se cumplen cuatro décadas. Pocos recordaban ya a Andrew Gold (es decir, más o menos como ahora) cuando alguien decidió que la primera canción de la cara B, “Thank you for being a friend”, sería una cabecera idónea para “Las chicas de oro”, aquella serie que ningún mayor de cuarenta puede no haber visto. A fin de cuentas, la trama televisiva y la canción encajaban en tono y temática: entrañables, bienintencionadas, exaltadoras del valor de la amistad y tan blancas como el reluciente traje de Gold en portada. Puede todo sonar extemporáneo, pero este barbudo pelirrojo californiano era un compositor realmente brillante. Grababa para Asylum (ninguna broma), había tenido ya un par de años antes un conato de éxito con la deliciosa “Lonely boy” y escribía canciones redondas, canónicas, empapadas de ese soft-pop preciosista en el que también hacían o harían fortuna Stephen Bishop, Rupert Holmes, Randy Vanwarmer. La oda a los amigos quizá suene hoy cansina (fueron demasiados capítulos sometidos a ella), pero había aquí un ramillete de baladones impolutos, impepinables, atribulados, desde “Never let her slip away” a la apoteosis final de “You’re free”. Y una debilidad personal, la mucho más ligera y maccartiana “I’m on my way”. Gold formaría años después junto a Graham Gouldman (10 CC) una superbanda decepcionante, Wax, demasiado condicionada por los excesos de los ochenta, aunque su casi único éxito era excelente: “Right between the eyes”. Y falleció no hace demasiado, en 2011, con solo 59 años y sin que casi nadie le dedicara un obituario a la altura de lo que se merecía. Cualquiera que recupere este álbum admitirá hoy la injusticia del olvido.

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