Hace tres temporadas, The party, el álbum anterior de Andy Shauf, nos dejó ojipláticos. Era absorbente, brillante, seductor; nada contagioso en el sentido clásico del término, pero sí absolutamente adictivo. A partir de este The neon skyline, con el canadiense nos surgirá el mismo dilema que en el caso de papá y mamá: no sabemos con cuál de los dos quedarnos. Nuestro cronista de Toronto vuelve a optar por la fórmula del álbum temático; si hace cuatro años detallaba las interacciones de los invitados a una fiesta, ahora se retrata acodado en un bar y compartiendo unas cervezas con un colega hasta que descubre que una exnovia anda por la ciudad y terminará apareciendo en escena. La capacidad para capturar la cotidianidad, incluso el ritmo de las conversaciones en escenas absolutamente carentes de épica, es pasmosa, pero tampoco necesitamos diseccionar las letras de The neon skyline para maravillarnos con el tono sutil de este hombre, sus guitarras dulces y perezosas, los garabatos –aquí y allá– de clarinetes y demás instrumental de viento. Ah, y todo ello sin ayuda externa: Andy interpreta en persona cada una de las notas que escucharemos a lo largo de estos 35 minutos soberanamente encantadores. Cuentan que en su búsqueda de guion para esa noche de amistades, reencuentros y sinsabores que detalla el disco llegó a juntarse con más de 50 canciones, una productividad que nos recuerda al mejor Sufjan Stevens. Pero no es el único nombre magno de la canción de autor que nos viene a la mente escuchando este prodigio: Shauf reúne méritos suficientes para que podamos emparentarle también con Elliott Smith o su paisano Ron Sexsmith. Es decir, se sitúa en la estratosfera de la escritura contemporánea. Try again, Things I do o Clove cigarette sirven de ejemplos palmarios, pero el disco en su integridad invita al consumo ávido.
Gracias Fernando, la coplilla de muestra tiene muy buena pinta…voy a buscar el disco¡