En el caso de Dead Famous People solo existen dos posibilidades. Si habíamos oído hablar de ellos y los conservábamos convientemente archivados en la memoria, nos emocionará un reencuentro que ha tardado tres décadas en producirse. Y si no los conocemos de nada y colocamos un ejemplar de Harry en nuestro reproductor, nos producirá pasmo descubrir que sus artífices abandonaron hace muchos años la condición de veinteañeros.

No, no es sencillo llegar hasta Harry con la lección aprendida de antemano. Aunque fue un grupo muy querido por John Peel, el famoso locutor de la BBC, hacia 1990, cuando publicaron su primer disco, lo cierto es que esta Famosa Gente Muerta parecía honrar a su propio bautismo haciéndose los eternos ausentes. Seis lustros les han parecido lapso suficiente para la resurrección. Y es, ciertamente, un ejemplo pasmoso de un fenómeno de rejuvenecimiento casi sobrenatural.

Los neozelandeses son héroes nacionales, pero tampoco era sencillo permanecer al tanto de todo lo que sucede en nuestras antípodas. Telegrafiemos: pop independiente, fresco, jovial y muy edificante a cargo de una mujer, Dons Savage, que sigue cantando y escribiendo como cuando la conocimos de veinteañera. Muy asombroso lo suyo. Y un gusto llegar a tiempo para descubrirla en este insólito regreso al esplendor.

Diez temas fulminantes, urgentes, con su buena dosis de chisporroteo. Guitarras que se contagian como una pandemia saludable (permítannos esta licencia escapista). La apoteosis de la canción que aprovecha hasta el último segundo del formato de los tres minutos. Safe and sound o Looking at girls como ejemplos manifiestos de zambombazos instantáneos. La felicidad momentánea mientras nos consagramos a la sonrisa y el tarareo. Harry es un disco que no se acaba en sus 34 minutos, porque lo necesitamos hasta rozar la sobredosis. Y porque a cada escucha modificaremos el título de nuestra canción favorita. Quizá a la segunda sea Dog. Y a la tercera, Turn on the light. No es broma: hagan la prueba y verán.