A Omara Portuondo no han podido robarle nunca la sonrisa. Ni nada ni nadie: jamás. Por eso, en la recta final de esa vida intensa y pletórica que ha sorbido trago a trago, emociona que desvíe la mirada al clásico eterno de Violeta Parra y entonce su canto postrero, el del agradecimiento. Vida es la carta de luz y despedida de una mujer que, a sus 92 años, aún conserva el sosiego, el temple y una capacidad desbordante para la emoción, aunque su voz deje algunas huellas inevitables de que sigue envejeciendo. Es la suya una interpretación ya trémula y debilitada, sí, pero particularmente honesta y hermosa, y con el abrazo adicional de todos esos cantantes amigos que la acompañan y, sobre todo, arropan.

 

Vida es un álbum tan limpio, franco y directo que no deja lugar a las florituras. La cantautora guatemalteca Gaby Moreno, Dios la bendiga, asume los mandos de la producción y diseña un entorno sonoro diáfano y cristalino, en donde todo suena como debiera, pero adaptado siempre a la causa general: el homenaje y tributo a la protagonista. De hecho, la propia Moreno compone para la ocasión un Bolero a la vida, que canta a medias con la “reina del feeling” para abrir el álbum, y con el que nos empapamos de esa sabiduría serena que solo una viejita de piel arrugada puede llegar a transmitir: “Vida, si nos vemos de nuevo / Cantaré para ti, cantaré con desvelo”.

 

Gaby representa a esa generación de divas jóvenes y precoces de la canción con autoría propia que transmiten con toda convicción y hondura aquello que les fueron transmitiendo los mayores. Ese es un apartado en el que no hay muchos ejemplos tan deslumbrantes como el de Natalia Lafourcade, y propicia el escalofrío que la mexicana haya escogido Gracias a la vida, precisamente, como el título que quería volver a visitar en compañía de la heroína habanera. El resultado es de una desnudez contrita y casi desmadejada: una belleza simbólica y sin paliativos. Como en Me toca, aunque el mexicano Carlos Rivera es más impoluto y galante.

 

El resto de cómplices son viejitos y sabios, como la misma Omara, y solo abruma el hecho de que la convocatoria haya obtenido semejante grado de respuesta y seguimiento. Nuestro Raphael consigue imprimirle cierto comedimiento a Lo que me queda por vivir (más títulos de carga simbólica), mientras el más que ilustre Rubén Blades insufla un pálpito sustancial a Honrar la vida, ese clasicazo de Eladia Blázquez que a estas alturas no se puede escuchar sin un cierto escalofrío: “Merecer la vida es erguirse vertical / Más allá del mal, de las caídas…”.

 

La peruana Susana Baca (Como la cigarra), el puertorriqueño Andy Montañez o sus paisanos Gonzalo Rubalcaba y Amaury Pérez agrandan la estela de nombres cualificadísimos para redondear una celebración que Portuondo, la reina del Buena Vista Social Club, acoge recibe con un alborozo pudoroso. Pero asómbrense aún más cuando descubran que también aparece como invitado el bluesman Keb’ Mo’ para pelearse cordialmente con el español en Sé feliz. La sensación de complicidad entre ambos, de alianza transcultural a partir de la música, no puede ser más bonita.

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