Difícil calcular cuántas veces habrán pasado nuestros oídos por estos surcos, pero muchas. Muchísimas. Tampoco sería fácil señalar muchas alternativas mejores para el reproductor del salón en el caso de una inminente pérdida de la función auditiva ante la que los dioses solo nos concedieran 45 minutos postreros de deleite musical. Transcurrido ya su buen medio siglo desde esta grabación, apenas podríamos anotar un puñado de artistas británicos contemporáneos capaces de registrar ahora mismo una colección tan bárbara, arrolladora, fascinante y revolucionaria. En último extremo, solo se nos ocurre confiar en una nueva fase de estado de gracia para Richard Thompson, que ya andaba por estos surcos.
Aquellos primeros Fairports eran una conmoción, unos muchachitos tocados por la gracia, el talento y el desparpajo. ¿Cómo unos veinteañeros recién llegados se atrevieron a publicar un álbum en cuya portada no aparecían ni su nombre ni el título, y cuyos protagonistas no eran ellos sino los padres de la cantante? Hablamos de los progenitores de la añorada Sandy Denny, entonces casi una recién llegada que aquí, además de algunos de los momentos más narcóticos y fascinantes del folk-rock británico, entregaba una de las canciones originales más sobrecogedoras de todos los tiempos: Who knows where the time goes? Un también jovencísimo Thompson ya era un revolucionario salvaje de la guitarra eléctrica: Genesis hall es una apertura imbatible, pero es que los 11 minutos de A sailor’s life emparentaron la música hindú y la británica casi dos décadas antes de que nadie acertase a pronunciar el término world music.
Añadamos tres originales de Dylan, entre ellos una inesperadísima versión en francés y con deje casi cajún de If you gotta go, go now (aquí, Si tu dois partir), y redondearemos uno de los mejores álbumes de finales de los sesenta. Que es como decir de la música popular. No tardaría en llegar el mítico Liege & lief, con FC más escorados ya hacia lo folclórico. Y siguieron siendo fantásticos, ¡ojo!, en esa faceta durante algún tiempo, como mínimo hasta 1977. Pero el pellizco, la sacudida de la electricidad los hacía en 1969 sencillamente únicos.