Hay gente de vida azarosa que termina dando con sus huesos en geografías inesperadas y a la que, en consecuencia, resulta difícil seguir sus pasos. Y Gabriel Ríos constituye un ejemplo monumental en cuanto a desubicación. Hacíamos muy mal en no tenerle en nuestras oraciones, porque resulta ser un autor magnífico, arreglista sorprendente y hombre de sensibilidad generosa. Pero influye que este puertorriqueño se mudó hace ya dos décadas hasta tierras belgas, un país del todo refractario al influjo latino y en el que, de hecho, terminó relegando su lengua madre a niveles testimoniales, tanto en la expresión personal como en la artística.

 

Flore, que pasa por ser ya su quinto álbum, constituye un reencuentro emocionante con sus ancestros familiares y la propia memoria sonora, con un catálogo de canciones propias y, sobre todo, ajenas pensadas para agradar los oídos de su padre y de su abuelo, aunque por desgracia ninguno de los dos esté ya entre nosotros para aplaudirlas. De ahí el dolor que emana de sus surcos; de ahí, también, el valor de la catarsis y de la herencia musical como camino para cauterizar las heridas. “Qué importa saber quién soy, ni de dónde vengo ni por dónde voy”, solloza con la voz fina y deshilachada en una lectura inmensamente nostálgica de Vagabundo, que proviene del repertorio de Los Panchos. Y es difícil encontrar un momento tan elocuente y autoexplicativo, aunque hablemos de una canción originalmente sobre el despecho amoroso.

 

La emotividad se multiplica con No soy de aquí ni soy de allá, que aquí siempre asociaremos con Alberto Cortez, aunque el original lo rubricara algunos años antes el también argentino Facundo Cabral. La explicación de muchos códigos estilísticos en estas versiones la encontramos cuando Gabriel nos ofrece un original suculentísimo, La torre, y escoge a su viejo colega Devendra Banhart para afianzarlo. Y es que Flore comparte mucho de su espíritu libérrimo y freak-folk con el tejano de sangre venezolana.

 

Solo ese dato debería servir para que ya no le perdamos de vista, pero nuestro nuevo boricua (puertorriqueño) favorito agudiza nuestra curiosidad con la aproximación de electrónica alucinada a El diablo, un original de su paisano Rafael Hernández. O con el acercamiento ensoñador a Panteón de amor, también de los imprescindibles héroes locales Orquesta Zodiac. Flore se va adhiriendo así a nuestra memoria auditiva con la tenacidad casi de una lisonja. Solo que el encanto es aquí del todo verdadero y la seducción, inaplazable. Por cierto, el primerísimo concierto de Gabriel en España, en toda su ya extensa trayectoria, tendrá lugar este 28 de noviembre en el Café Berlín de Madrid. Insólito que hayamos tardado tanto en albergarle por la península, pero esto debería ser solo el primer paso para una relación de largo alcance.

 

 

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