Conviene reescuchar de vez en cuando este bonito debut en solitario de Roger McGuinn, incluso aunque corramos el riesgo de no saber bien si resulta fascinante, desconcertante o una intersección entre ambas percepciones. The Byrds habían echado el cierre de una manera más bien lánguida y deprimente, porque todo acaba estropeándose (el intento de reunificación de 1972 resultó calamitoso), y este jefe de operaciones enorme quiso refrendar su apabullante pedigrí haciendo lo que le dio la real gana. Así sucedió, con todas sus grandezas y excesos derivados de esa actitud expansiva.
Impresiona la facilidad con la que, en aquellos aún iniciales años setenta, este hombre podía tirar de agenda. La armónica que abre la inaugural I’m so restless, sin ir más lejos, corresponde a un tal Dylan, mientras que el saxofonista que irrumpe para alborotar el canónico folk-rock de My new woman es cortesía del mismísimo Charles Lloyd, que volverá a aparecer más tarde. No se detienen ahí las sorpresas: Draggin no es solo un evidente tributo a los Beach Boys, sino que las armonías las aporta Bruce Johnston, uno de los Chicos de la Playa. Time cube mira hacia la tradición más pura de estrofa repetida, aunque extrañamente coloreada con un sintetizador Moog. Pero es de autoría propia, a diferencia del epílogo del álbum, la célebre tonada tradicional The water is wide.
El modo más campestre, con slide de por medio, le servía a Bag full of money para abrir la cara B, donde a su vez se cuela el desmadre fronterizo de Mi linda o el blues a la vieja usanza de Hanoi Hannah. Y es precisamente toda esa mezcolanza, su permanente carácter híbrido, las decisiones extrañas (¿qué adjetivo atribuirle a ese coro infantil de Stone?), lo que quizá no hiciese de este elepé un referente de su década. Y todo ello, a pesar de que en piezas como Lost my drivin’ wheel reverdeciera todo el músculo y la chispa de los mejores Byrds. Aquellos que fueron, y siempre serán, puritita gloria.