El mundo sería un lugar infinitamente más gratificante si abundaran firmas como la de The Cactus Blossoms y álbumes tan canónicos como este que nos ocupa. Puede que Every time I think about you no aporte novedad alguna a nuestro bagaje auditivo, más aún si tenemos en cuenta su marcado carácter revivalista que convierte muchos de sus títulos en un reto melómano sobre cuáles son las influencias o referentes más definidos que confluyen en ellos. Pero estas 10 perlas sin mácula de country-folk finísimo, distribuidas con el rigor de la vieja escuela –cinco canciones en la cara A, otras tantas por la cara B y un minutaje total no superior a los 35 minutos–, tienen la virtud no ya de reconfortarnos sino de hacernos automáticamente más felices. Y hasta de sopesar la reconciliación con estos tiempos presentes en los que nada de lo que escuchamos aquí cuenta con opciones de sonar en la radio ni plegarse a los estándares vigentes de la viralidad.

 

Seguramente todo ello les produzca una profunda indiferencia a Jack Torrey y Page Burkum, una suerte de hermanos mellizos de diferentes madres a los que les bastan guitarras, un par de lápices y esas voces celestialmente empastadas para convocar la magia e invitarnos a un viaje de puro escapismo físico y temporal. Comparados desde siempre con The Everly Brothers, como le sucederá a cualquiera que los escuche en Statues (donde también invocan el espíritu de The Shadows), los amigos de Minnesota recurren también a la memoria melómana para colocarnos en la senda de Stealers Wheel (Something’s got a hold on me, Be what I wanna), Jeff Lynne produciendo a George Harrison (There she goes) o, muy singularmente, The Jayhawks, que podrían incorporar de inmediato a su repertorio la soberanamente perfecta Go on.

 

Su cadencia final, por cierto, nos acerca al Our house de CSN&Y, de la misma manera que el obstinato al piano que recorre Every time I think about you, el tema titular, bebe a partes iguales de Two of us (The Beatles) y de Poses, de Rufus Wainwright. Y así podemos prolongar durante todo el álbum ese pasatiempo de los parecidos razonables, porque Burkum y Torrey entregan, por su cuenta o a cuatro manos, canciones tan eternas que parecen llevar escritas desde siempre. A quienes ya los conocieran no les sorprenderá nada de lo que aquí sucede, pero la ausencia de sobresaltos sirve también aquí como bálsamo. Nadie los incluirá entre los discos del año, pero lo escucharemos en más ocasiones que los título que, al final del 24, se proclamen vencedores.

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