Después de un cuarto de siglo al frente de Ladybug Transistor, el bueno de Gary Olson se ha decidido por fin a grabar un álbum bajo su propio nombre. Y entrega esta joya homónima, en la tradición de quien afronta un disco de debut. Cuesta pensar en estas 11 canciones como el estreno de una trayectoria, por más que aporten un matiz de confesión e intimidad superior al que ya le conocíamos junto a Julia Rydholm y compañía. Pero los Transistor llevaban sus buenos ocho años sin concurrir a la cita con los estudios de grabación, así que este Gary Olson constituye una bendición doble. Por el estreno y por el reencuentro.

 

La mejor noticia es la fundamental y más urgente: el regreso del de Brooklyn es adorable. Delicioso. Olson no ha perdido el pulso en la escritura y sigue aferrado al pop intimista e introspectivo, con esa voz muy bien timbrada pero a ratos casi susurrante. Los abundantes arreglos de cuerda concuerdan con el pop de cámara, a lo que se suma esa trompeta, emotiva y tosca, sin florituras, tan característica de la casa. Y una escritura fabulosa, atemporal.

 

Sabemos que todo saldrá bien desde el momento en que el trabajo se inaugura con la hermosísima Navy boats, que no solo recuerda (mucho) a Prefab Sprout, sino que entronca estilísticamente con una pieza inaugural de Paddy MacAloon, aquel Electric guitars (primer corte de Andromeda heights). Las asociaciones con aquellos Sprout de 1997 pueden trazarse durante buena parte del trabajo, más allá de que el nombre de Belle and Sebastian venga a la mente en la pieza más animosa e instantánea del lote (Afternoon into evening) y que The Blue Nile siempre sean otro buen espejo frente al que colocarse la pajarita.

 

Incluso Neil Hannon (The Divine Comedy) parece asomar en este particular santoral de firmas mayúsculas, por ejemplo en Diego it’s time, otra pieza para enmarcar y llevarnos al museo de la escritura refinada. O Giovanna please, por mencionar otro título en el que las progresiones armónicas nunca incurren en la obviedad. Olson ha grabado con un pie en Brooklyn y otro en Hayland, Noruega, lo cual puede acentuar ese gusto por la introspección. Pero Gary Olson no sabe de adscripciones de espacio y tiempo. Es un pequeño gran tesoro para la humanidad. “Escúchalo mientras viajas en tren y miras por la ventana”, sugiere él mismo. “Cierra los ojos y siente la luz del sol que se filtra entre los árboles. Abre los ojos despacio y cae en la cuenta de que te has pasado de parada“. Una descripción insuperable: por eso es de justicia hacerla aquí constar.

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