Tres años después de “Matador”, que ya era una joya sabrosísima, el hombre que estuvo al frente de Supergrass entrega un tercer disco en solitario camaleónico y embaucador: porque admite distintas aproximaciones y lecturas; y, sobre todo, porque resiste una escucha insistente y se beneficia de ella. En serio: cada vez que volvemos a recorrer estos surcos es para mejor. Obra absorta y solitaria, concebida a fuego lento en sus estudios caseros de Oxford, Coombes ha mencionado un variopinto cóctel de influencias o, más bien, de estímulos externos durante los meses de gestación. Incluyen, y citaremos en su literalidad, desde “el ensayo ‘The Descent of Man’ de Grayson Perry al disco ‘Blonde’ de Frank Ocean, pero también la marihuana, los bosques británicos, la masculinidad desenfrenada, Neu! y el hip-hop”. No negaremos al propio autor la veracidad de sus palabras, pero tras este aparente batiburrillo encontramos, sobre todo, un soberbio trabajo de rock contemporáneo alternativo. Que se abre con los aires lejanamente ‘soul’ del tema central, pero de alguna manera parece también una adaptación a salas o pequeños pabellones de algunas referencias que más evocarían estadios. Más de un corte de la cara A se podría haber colado en los últimos discos de U2 (“Walk the walk”, “Deep pockets”), mientras que en la cara B podemos divertirnos imaginando de tapadillo a Thom Yorke y sus compinches de Radiohead (“In waves”, “Oxygen mask”, “Weird dreams”). De propina, el enajenamiento guitarrero de “Vanishing act” y, a modo de bisectriz, la inmensamente afortunada “Wounded egos”, engatusadora, reiterativa y con un inesperado coro infantil al final. Asombra que aún no se haya escogido como sencillo, porque no escucharás este año muchas cosas igual…

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