Jack White es un hombre tan brillante e influyente como extraordinariamente disperso. Desde el final de The White Stripes nunca tuvimos muy claro qué esperar de sus entregas en solitario, y esta, cuatro años después de desconcertarnos con Boarding house reach (2018), es la más extraña, extrema y chirriante de todas. Puede que también la más estimulante, porque su catálogo de recursos, efectos y sorpresas sonoras es abrumador.

 

Si alguien procura una pizca de sosiego, debería erigir un férreo cordón sanitario en torno a Fear of the dawn, porque hace tiempo que no sabíamos de un disco tan decididamente perturbador. Pero respiremos hondo y enfrentémonos sin reticencias a estos 40 minutos de aventura estruendosa, ruidista y tan vigorizante como una buena ducha fría. Si nos sobreponemos al impacto inicial, el cuerpo acaba agradeciendo la sacudida.

 

Todo el hilo conductor del disco nace de una palabra recién descubierta por White y perfectamente desconocida para el común de los mortales: eosofobia. La aversión al amanecer llevó al músico de Detroit a imaginar, de una manera radical, un escenario claustrofóbico y agitado. Las guitarras suenan como mazazos, siempre saturadísimas y a un paso de reventar la mesa de mezclas y nuestros maltrechos tímpanos. Eosophobia, el quinto corte, suaviza la fórmula con un pellizquito de dub, pero aquí no se sigue aquel acercamiento amable que en su día ejercitaron The Police. Todo es más bien desaforado, así que den por hecho que cualquier amago de suavidad acabará siempre en espejismo.

 

Hi-De-Ho es una trastada óptima para el tarareo, aunque ya avisamos de que los estadios deberían envolverse en una nube de ácido lisérgico para que los aficionados la adoptasen como himno en sustitución de Seven nation army. Into the twilight parece comenzar como el Prince arrebatador de When doves cry, pero termina recordando más a la pompa y circunstancia de Muse. Y The white raven aúna todo lo que se puede esperar en estos casos del antiguo artícife de The White Stripes: un riff absolutamente salvaje y acentuado por un bajo de sonido orondo y poderosísimo.

 

En esa exaltación de las distorsiones, el episodio más arrollador –casi heavy metal de la vieja escuela– aflora con el tratamiento guitarrero para What’s the trick, aunque el bueno de Jack White tampoco pretende que le confundan con Black Sabbath y distorsiona ese rock borrico con alguna pincelada de guiños urbanos o electrónica. Así se las gasta Jack, cantarín pero igualmente rotundo en Morning, noon and night, que con sus adornos de sintetizadores se arrima muchísimo al glam. Extremo pero excitante, Fear of the dawn es un arrebato de talento y autoestima. Y agudiza la curiosidad sobre su envés: en los próximos meses habrá un segundo disco, Entering heaven alive, con un enfoque inverso y, en consecuencia, teóricamente afable. Su hermanito mayor nos ha multiplicado las ganas de conocerlo.

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