A todo el mundo le ha dado durante estas últimas semanas por hablar de Wet Leg, y estas cosas rara vez son fruto de la casualidad. Su condición de banda íntegramente femenina ya ha dejado de ser tan noticiosa, por fortuna, así que la espoleta de tanto comentario ha de provenir de algún otro origen. Nosotros le daremos desde aquí forma de plástico de 120 milímetros o, en su caso, de vinilo de 12 pulgadas: esta primera entrega de larga duración es divertida, incisiva, pegadiza, acelerada y tan adictiva como para que no podamos descartar una investigación de oficio a cargo de la Organización Mundial de la Salud.

 

Todo apunta a Wet Leg como una formación pintoresca. Por lo pronto, las jovencísimas Rhian Teasdale y Hester Chambers provienen de la isla de Wight, el paraíso de los londinenses viejitos y aburguesados, el retiro que mencionaba McCartney cuando llegase a la edad de jubilación (When I’m sixty-four). Pero, lejos de contentar a la generación de sus padres y abuelos, se calzan unos gorritos estrafalarios y tiran de genuina insolencia. El reloj parece detenido en la década de los noventa y las chavalas disparan temazo tras temazo, de tres en tres minutos, como si fueran el más reciente fichaje femenino de los Pixies (Chaise longue, Ur mum). O, en la vertiente más instantánea y pop (Loving you), tal que si Liz Phair atravesara una súbita segunda juventud.

 

La música moderna, en el fondo, debería parecerse bastante a esto. Dos chavalas sin prejuicios ni pelos en la lengua; lo bastante doctas como para apelar a un motivo de The man who sold the world (Bowie) en I don’t wanna go out, pero descaradas y montaraces llegados al punto de Piece of shit. Y tan directas a la yugular como unos Blur iniciáticos en la fabulosa Wet dream, de la que Harry Styles, rápido y ágil como una centella, se ha apresurado a grabar una versión. Tipos y tipas jóvenes y listos como ellos solos; así da gusto.

 

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