De chiquillos tendíamos a comparar las casetes de Mike Oldfield y de Jean-Michel Jarre que iban cayendo en nuestras manos. No es que fueran artistas similares, en puridad, pero aquello de los álbumes conceptuales y con pasajes instrumentales de cara completa dejaba en bandeja el paralelismo. Lo divertido es que el británico y el francés, aun desde universos sonoros alejados, han recurrido a la fórmula de la secuela para exprimir el hechizo de sus primeras y reverenciadas obras. Tras múltiples reformulaciones de“Tubular bells” y “Oxygène”, Oldfield abrió 2017 con “Return to Ommadawn” y Jarre cierra este 2018 con este “Equinoxe infinity” que celebra el 40 aniversario del “Equinoxe” primigenio, aunque el nexo sea solo conceptual (“los observadores” de la portada, la vigilancia en una sociedad teóricamente avanzada, las distopías) y no melódico. Lo más fascinante de este álbum, frente al escepticismo que generan las segundas partes, es su absoluta excelencia. Jarre acaba de cumplir unos muy respetables 70 años y podríamos imaginarle con una menguada capacidad de asombro, pero estos 40 minutos casi exactos, en una suite de diez movimientos sin interrupciones, nos brindan un reencuentro con la mejor música electrónica para el gran público del último medio siglo. El de Lyon maneja un arsenal de 38 sintetizadores y secuenciadores distintos para este viaje interestelar, hipnótico, repleto de efectos envolventes (los 11 minutos finales, “Don’t look back” y “Equinoxe infinity”, son para enmarcar) y con regusto a sus mejores entregas clásicas, pero también a los grandes álbumes de Vangelis en aquellos mismos años setenta. De hecho solo pierde interés el breve intento central (“Machines are learning”) por actualizar el sonido y volverlo machacón. JMJ quizá no amplíe a estas alturas su legión de seguidores, pero los acólitos tienen motivos fundados para estar contentísimos.

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