A sus 45 años, Jonathan Wilson exhibe un currículo estratosférico que incluye, literalmente, docenas de producciones memorables o la dirección musical para la última gira de Roger Waters, pero este que ahora nos ocupa es solo su quinto trabajo como solista. Lo curioso, en el caso de Dixie blur, es que lo haya finiquitado casi de un tirón, y con todas las tomas ventiladas en directo en el estudio, y que no pueda ser más diferente que Rare birds, su antecesor inmediato, del que le separan apenas un par de temporadas. De hecho, y a la vista de que Rare birds era fabuloso y Dixie blur debe merecer ahora esa misma adjetivación, le queda al aficionado el delicioso entretenimiento de dilucidar cuál de las dos caras de Wilson es la que colocaría en primer lugar de sus predilecciones. Si aquellos Pájaros raros sublimaban la capacidad del firmante para adentrarse por las ramas de la psicodelia y atreverse con fórmulas oníricas, experimentales y poco exploradas, el secreto de la nueva entrega consiste en rescatar el universo que todos los grandes nombres de los primeros años setenta erigieron en torno a Laurel Canyon. Porque Jonathan, aunque nacido en Carolina del Norte, reside en California y ejerce el apostolado de la Costa Oeste seguramente como nadie: ni siquiera Father John Misty, que también consta entre sus producidos ilustrísimos, ha sido capaz de recuperar con tanta vehemencia el ADN esencial de aquella era inolvidable. Aquí, entre la pedal steel y el prístino violín de Mark O’Connor, al que habíamos perdido la pista hace un siglo, todo suena a gloria. Y a todo se le encuentra un rastro, un antecedente. El del Neil Young más esencial en 69 corvette, sin duda, pero la excepcional Fun for the masses podría haber sido escrita por Jackson Browne en los tiempos de Late for the sky, Platform comienza como si nos halláramos ante una canción traspapelada de Nilsson y parece imposible acumular más polvo en las botas que con El camino real, perla de country-bluegrass que comienza acelerada y finaliza a tumba abierta. Incluso Korean tea, original de los años mozos de Wilson, se adapta al nuevo/viejo lenguaje de Dixie blur, serio candidato a uno de los discos que más veces escucharemos en este 2020. Porque hay tanto matiz, tanta riqueza en el enciclopédico saber de su autor que conviene husmear en cada corte, en cada detalle.

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