Hay algo de estrafalario, casi de novelesco, en la figura de Jerry Williams, el hombre que se agazapa bajo el apelativo de Swamp Dogg desde hace la friolera de medio siglo. Este Perro del Pantano para la historia del soul ha permanecido durante todos estos lustros fiel al sombrero y la sonrisa sardónica, ha grabado álbumes a docenas y escrito verdaderas obras maestras en miniatura. Nunca ha conseguido exceder de la agridulce condición de artista de culto y tampoco parece que le preocupe lo más mínimo, a juzgar por la energía y buen humor que, a los casi 78 años, es capaz de entregar un disco como este. Con excepción de She’s all I got, popular en el cancionero de Johnny Paycheck (y que aquí se da el gustazo de recuperar, en versión sentidísima y devastadora), ningún original de Swamp Dogg ha gozado de predicamento suficiente como para garantizarle a su firmante un retiro holgado en concepto de derechos de autor. Pero no le imaginamos preocupado por estas circunstancias mundanas, a juzgar por la actitud que destila un trabajo tan maduro como este y por la admirable capacidad para apartarse de su hábitat más recurrente que ha demostrado tanto aquí como en su álbum previo, aquel Love, loss and auto-tune que, ya desde el título, avalaba su absoluta carencia de prejuicios a la hora de hacer uso de las nuevas tecnologías en la era digital. Sorry you couldn’t make it supone un regreso sin titubeos a los tiempos analógicos, a los sonidos cálidos y nada maquillados de una banda sudando sobre las tablas. Pero aporta la novedad de que Swamp haya querido, siquiera tenuemente, adentrarse por los territorios del country. No llega a ser una transmutación completa, ni de lejos: recordemos lo de la cabra y el monte. Pero Dogg incluso se alía con el viejo y encantador John Prine para dos de sus nuevos títulos, Memories y Please let me go round again. Y goza de la complicidad de Justin Vernon (Bon Iver), nada menos, en el encantador tema de apertura, Sleeping without you is a dragg. Soul y country siempre fueron vehículos magníficos para testimoniar el tormento sentimental, primer nexo de unión en un disco que adereza sus pasajes más campestres con rutilantes arreglos de metales. ¿Seguirá siendo Swamp Dogg un secreto solo para paladares exquisitos? Por favor, escuchen Billy o la adictiva (en todas las acepciones) Family pain y cambiemos de una vez las tornas.