No ha resultado sencillo hasta ahora seguirle la pista a Glenn Donaldson, el misántropo cantautor detrás de The Reds, Pinks & Purples, autor de tres álbumes casi consecutivos con vocación independiente y doméstica. Podríamos pensar que poco varía cuya primera línea en sus escuetísimos créditos advierte: “Grabado en la cocina, San Francisco, 2020”. Pero Summer at Land’s end representa la mejor oportunidad hasta la fecha de hacerle hueco al pintoresco Donaldson en nuestros corazones, paradigma del hombre tristón y taciturno al que, con todo, le brotan canciones irresistiblemente soleadas.
La voz de Glenn es endeble y vulnerable, por aquello de colocar en primer plano esa nueva masculinidad absorta y sensible que huye como de la peste del dictado de la testosterona. Pero basta escuchar la apertura, Don’t come home too soon, para comprender cómo habría sonado Morrissey si The Smiths fueran una banda de lo-fi con tendencia a mirarse a la punta de los zapatos. Y esa sensación se agudiza con la maravillosa Let’s pretend we’re not in love, un nada petardo himno indie para la comunidad LGTBI que parece un cruce entre There is a light that never goes out y Just like heaven, de The Cure. ¿Se puede pedir más?
Frente a esa urgencia cariacontecida del Donaldson más trovadoresco, el álbum se parte por la mitad con los inesperados siete minutos instrumentales del tema que da título a la entrega (en la versión en vinilo se incluye un segundo disco íntegramente instrumental en esta misma onda). Y ahí es donde afloran otras fuentes de inspiración, siempre con los años ochenta en el imaginario: This Mortal Coil, sí, pero sobre todo Vini Reilly y su The Durruti Column. El interludio ahonda en el carácter ensimismado de nuestro protagonista, pero sobre todo desengrasa la audición del álbum, a sabiendas de que la voz frágil y desamparada de Donaldson no permite grandes saltos de tesitura. Por más que en Tell me what’s real fuerce la máquina hasta su registro más agudo, ese con el que acentúa aún más la sensación de que se nos puede desmoronar en cualquier momento.
Ahí radica el genuino encanto de TRP&P: Glenn no parece dispuesto a salir de su apartamento bajo ningún concepto, pero el sol se filtra por las persianas en joyas adictivas como Pour the light in y, sobre todo, Upside down in an empty room. Un segundo paréntesis instrumental, este más melódico y comedido (Dahlias and rain), desemboca en el breve epílogo de I’d rather not go your way, la única concesión a la guitarra acústica y la canción más trovadoresca. Definitivamente, este tipo es distinto y –aun en su carácter huidizo– adorable.
Hola Fernando, solo comentarte que, aunque tú lo escribes bien, Durruti, cuando los mancunianos pusieron su nombre al nuevo grupo, lo escribieron incorrectamente, Durutti, y así se perpetuó a Durutti column. Lo suyo era la música, no la historia.
Saludos,
Luis Goya