Apenas 25 añitos contemplan a Julien Rose Baker, pero Little oblivions confirma que todo lo vive tan intensamente como para atesorar muchas más experiencias y madurez de las que sugeriría el DNI. Por lo pronto, nos encontramos ya ante el tercero de sus álbumes, a los que debemos sumar desde hace unas pocas temporadas su militancia en Boygenius, la excelente banda femenina que comparte con dos almas gemelas como Lucy Dacus y Phoebe Bridgers. Pero estos Pequeños olvidos no son solo una nueva colección de material propio bajo elevados estándares de calidad, sino un gigantesco salto en cuanto a ambición, expectativas y alcance.

 

Baker ha vivido mucho, ya lo decíamos, y no todo ha sido bueno. Atormentada por problemas de adicciones, una salud mental a ratos tambaleante y la búsqueda casi desesperada de una espiritualidad sanadora, sus canciones vuelven a ser un catálogo de llantos, sufrimientos, confesiones dolorosas e incertidumbres severas, pero también una llamada en toda regla a la catarsis. Pero todo ello acontece con un revestimento musical mucho más enérgico y generoso de lo que le conocíamos hasta la fecha. Adiós a la desnudez de antaño, hola a los teclados que procuran un envoltorio etéreo (Hardline, una apertura que invita a pensar más en pabellones que en pequeñas salas de concierto), guitarras punzantes (Bloodshot, puede que la gran baza del álbum) y el aderezo circunstancial pero sabroso de la electrónica; en Favor, por ejemplo, donde sus socias Bridgers y Dacus aparecen como invitadas y cómplices en este rearme sonoro.

 

No es Little oblivions, pese a su presentación más oronda, un disco de acceso instantáneo. A Julien le salen canciones tremendamente personales que no se basan en estribillos de fácil acceso, sino en la confesión a quemarropa y un cierto ensimismamiento. Los cinco últimos cortes son, sin ir más lejos, una sucesión de baladas que puede intimidar al oyente más circunstancial. Pero no es Baker una artista del gusto de los impacientes. Con ella hace falta adentrarse, sumergirse poco a poco; dejarse embaucar, por ejemplo, con la manera en que repite precisamente en Repeat el término que da título a la canción.

 

Nunca resulta sencillo batallar con uno mismo, porque los golpes duelen y no hay forma de esquivarlos. La imagen del combate aflora en Ringside y sirve como resumen de una personalidad turbulenta y apasionante. Julien Baker no es un pasaporte directo a la felicidad, pero escucharla –con la intensidad que merece– nos hará mejores.

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