Quienes hemos visto en un buen puñado de ocasiones a La Maravillosa Orquesta del Alcohol sobre los escenarios sabemos del extraordinario vigor de estos siete chavalotes burgaleses con camisetas de tirantes, una capacidad de transmisión epidérmica que no siempre eran capaces de plasmar en los soportes fonográficos. Las tornas cambian de manera espectacular en esta cuarta entrega, muy diferenciada de sus antecesoras incluso en la estética de su presentación, con esa portada fría y cerebral que cualquiera podría confundir con alguna formación de krautrock o alguna banda marginal de minimalismo electrónico. Y no, ahí sigue la alineación titular de siempre, con sus saxos o acordeones y escasísimas variaciones nominales, pero con el aliento folkie, festivo y jaranero de aquellos primeros momentos (¿Quién nos va a salvar?, 2013) reducido ya a un eco más bien remoto. Aún tendremos que tirar de paciencia unos cuantos meses para saber qué acogida reciben en directo estas 10 nuevas composiciones de David Ruiz y los suyos. Pero si nos circunscribimos a la faceta fonográfica, este es, de largo, el mejor álbum que han sido por ahora capaces de mostrarnos estos muchachos del barrio del Gamonal.

 

Es fácil, por su tono mucho más experimental, absorto y circunspecto, caer en la tentación de añadir este Ninguna ola a la ya larga nómina de frutos creativos que le atribuimos a la maldita pandemia. Lo curioso, incluso lo asombroso, es que en realidad parece no existir ninguna conexión entre este elepé y el ya largo periodo de angustia acongojada que nos tenía reservado el destino. La composición fue macerándose durante más de dos años, hasta 2019, y las sesiones portuguesas de grabación se finiquitaron en marzo, justo antes de que sobreviniera el confinamiento. Casualidad o premonición, el trabajo resulta ser inquietantemente reflexivo e introspectivo, como si se hubiera concebido en el mismo estado de abstracción y soledad en el que bien merece ser disfrutado. 

 

Ahorrémonos ahora las hipótesis sobre qué sucederá con estos 10 temas en el microcosmos de un festival o un pabellón de deportes. La M.O.D.A. nunca ha sido una formación inmovilista, pero su salto cualitativo es en esta ocasión tan vigoroso que no solo es merecida la felicitación, sino lícita nuestra sorpresa. Detrás de esta metamorfosis se encuentra, sin duda, la figura de Raül Fernández (Refree), nuestro particular Daniel Lanois de la producción en España. El tira y afloja entre banda y productor se intuye apoteósico, pero las chispas de la colisión terminan aportando una nueva luz al trabajo de ambos. Refree es un creador más electrónico y experimental que este elepé, pero también parece obvio que nunca el músculo de estos siete pares de bíceps y tríceps se había utilizado con tanta sutilidad. 

 

Así llegamos al punto en que los chicos de La Maravillosa… descubren el predicado del menos es más. Mejor aún: aprenden a dosificar esfuerzos y comprender el valor de las modulaciones, de una intensidad no siempre aplicada al unísono por siete mozos dispuestos a hundir simultáneamente sus pies en el acelerador. Así surgen el recitado noctámbulo y pesadillesco de la estupenda Conduciendo y llorando, el in crescendo emocionante para 93 compases, el lirismo contenido y conseguidísimo de Colectivo nostalgia, una pieza preciosa hasta en su mismo título. 

 

Es como si Ruiz y compañía hubieran orillado el espejo de los Pogues y demás prebostes celtoides para saltar el océano y mirarse en ese folk mucho más indie y roquero de, pongamos por caso, Megafaun o los Avett Brothers. Y eso por no hablar de la sensacional Barcos hundiéndose, donde la principal de las inspiraciones ya parece pasar al territorio de… ¡Radiohead! No rebusquen en ninguna entrega anterior: esa pieza (“Yo nací aquí como pude nacer en cualquier lugar…”) es lo mejor que han grabado hasta ahora.

 

Ninguna ola incita, inevitablemente, a las comparaciones con nostalgia.en.los.autobuses, el por ahora breve experimento en solitario que ha formulado David Ruiz junto a Refree y del que solo conocemos un EP con cuatro canciones. Pero no perdamos el foco: nostalgia… no pasa por ahora de un divertimento puntual, mientras esta reformulación de La M.O.D.A. supone un hallazgo fabuloso. Tanto como que el productor haya conseguido, al fin, rebajar el nivel de grano y ronquera en la voz de un líder que empezaba a convertir su característico timbre en un tic desaforado. 

 

 

 

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