El ilustre José María López Sanfeliu acaba de cumplir 67 primaveras, nunca mejor dicho, pero no hay hombre más jovial, sagaz, revolucionario y refrescante ahora mismo en nuestro pop español. Al margen de que la pigmentación capilar se batiera en retirada hace ya sus buenos años y de que nos venga a la cabeza el mismísimo Graham Nash cada vez que se nos deja el bigote, Kiko es un avanzado. Es pura vida.
Lo que intenta y en grandísima medida consigue con Sombrero roto no es del todo nuevo, pues el rupturismo sonoro ya era ingrediente esencial en Sensación térmica (2013), su casi ignorado antecesor, un álbum fascinante que fue objeto de la indiferencia más injusta que el oyente local ha cometido a lo largo de esta década. Ahora no es Refrëe el responsable de las hechicerías sonoras, sino el montevideano Martín Buscaglia y, en última instancia, el jerezano Santi Bronquios, lo que nos permite establecer algún paralelismo (entre uruguayos anda el juego) con las transmutaciones electrónicas de Jorge Drexler.
Veneno sigue ejerciendo de culo inquieto, cuarenta y algún años después de Volando voy, y orilla las guitarras flamencas y la querencia rumbera para adentrarse en un puzle sonoro como el de La higuera, pura asociación libre de ideas. Lo de “Que viva el número phi” es una genialidad a la altura de aquel “No hay ranas en Croacia” del disco antecesor. Kiko se nos ha vuelto contagioso más por la vía del patrón rítmico y los bucles que de las propias melodías. Chamariz desarrolla un estribillo agradecido al amparo de sus arreglos de cuerda y Obvio es una de esas baladas mimosas que el de Figueres domina como nadie. Pero las sorpresas vienen por el coqueteo con el autotune en Vidas paralelas y, por supuesto, por la monumental Yo quería ser español, de ritmo adictivo (ese “Qué bonito” machacón) y vitriolo reconcentrado, a la manera del Mala suerte de Sensación térmica.
El dardo a Securitas Direct, esa empresa de alarmas cuyo alarmismo se nos atraganta con cada mañana de radio, queda para la historia de la lucidez y el ingenio. Justo los dos atributos (genio, lucidez) de los que Sanfeliu sigue, a sus 67, mejor servido.