Los colapsos creativos son un trance pesadillesco, pero nadie, ni el más cualificado de los firmantes, está libre de ellos. Josele Santiago anda confesándose estos días como uno más en la nómina de los grandes autores que prueban ese trago amargo, pero Bestieza, segunda entrega para esta segunda vida de las hordas enemigas, ha acabado paradójicamente convirtiéndose, de lejos, en uno de los mejores trabajos rubricados por la banda. Santiago habrá padecido sudores fríos severos, eso es seguro. Supo canalizar sus angustias y ganar tiempo en el otoño de 2018 con el consabido álbum en directo, en este caso para su faceta como artista en primera persona. Y con la muy apreciable grabación en el Conde Duque madrileño ya en la mochila, por el mismo motivo misterioso por el que habían puesto pies en polvorosa, las musas volvieron a llamarle a la puerta.

 

Debieron hacerlo con especial virulencia, porque Bestieza, ya desde su hermoso neologismo titular, un arrebato, una eclosión. Josele, Fino Oyonarte y el resto de la tropa entregan diez canciones como una ráfaga fulminante de ametralladora, diez disparos certeros y sin contemplaciones. Porque Bestieza es un disco bastante breve, poco por encima de la media hora, que transcurre casi escapándosenos entre los dedos. Es veloz, urgente, acelerado, rabioso; pero, aun desde su perspectiva colérica, también es lúcido, poético y bello. Santiago canta con mayor nitidez que nunca, como si las ansias por difundir el mensaje le hubieran llevado a aclarar ligeramente la voz. Y, dentro de sus habituales circunloquios armónicos, incluye algunas de las melodías más nítidas y previsiblemente disfrutables frente a un escenario, empezando por ese rotundo aldabonazo inicial que es Siete mil canciones.

 

El recuento es sencillo: de los diez temas, siete son acelerados (o aceleradísimos), los otros tres podemos considerarlos tiempos medios y no hay un solo caso en el que el metrónomo merezca la condición de balada. Es como si el firmante, tras el colapso, hubiese experimentado un enérgico arrebato de locuacidad. Pero no de verborrea. Porque Josele le planta cara a la abulia y el conformismo, equipara La costumbre con “mansedumbre, aséptica cordialidad”, se burla (Sacrilegio sideral) de quien desperdicia “la vida entera de una manera constante y tenaz, con dedicación, denuedo y oficio…”. No siempre han sido tan incisivos ni combativos Los Enemigos, pero esta vez aprietan en la herida. Y el dolor puede servirnos como revulsivo.

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