Debió de resultar una tentación demasiado irresistible reparar en que las iniciales de los tres implicados, ordenadas de la manera más propicia, daban como resultado unas siglas de evocaciones lúdicas, libertinas y juguetonas. Lo cierto es que LSD tiene más dimensión de golosina, de un gigantesco nubarrón de azúcar, que de cualquier sustancia prohibida por las autoridades sanitariasinternacionales. Porque esta colaboración de muy altos vuelos, que enlaza a tres de los artistas ahora mismo con mayor capacidad de viralizar cualquier material que caiga entre sus manos, es un soberano divertimento, un cómic inofensivo pero encantador, un chute de buenrollismo tan fulminante que a los odiadores del género humano les provocará una urticaria virulenta. La australiana arrolladora, el exquisito londinense apadrinado por Simon Cowell y el afamado productor yanqui se intercambian voces, protagonismos, ganchos rítmicos y una imparable sucesión de triquiñuelas bailongas para proporcionar la media hora más festiva de la temporada. Contenerse ante las convulsiones pélvicas que sugieren Mountains Genius le resultará complicado hasta a los más tristes o patosos de la pandilla, los amantes del tarareo tendrán que decantarse entre los nananás y los rapeados en la misma canción (No new friends) y quienes prefieran un ritmo medio habrán de reconocer que Thunderclouds es una canción a la que no hay manera de adjudicar un solo pero. No hay un despliegue abrumador, pese a la acumulación de quilates: solo nueve cortes y, como propina, una remezcla de Genius a cargo de Lil Wayne. Y nadie quedará como el mayor sibarita del barrio recomendando un disco así, fraguado por grandes entretenedores de pretensiones más bien inocuas. Pero negarle la excelencia al neo-soul abrumador de It’s time o a esa inyección de pop electrónico avasallador titulada Angel in your eyes es dejar que los prejuicios nos taponen los oídos.

 

 

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