Sería desmesurado referirse a la reaparición de Holywater como un episodio que ha tenido expectantes a las huestes del indie peninsular, por cuanto el cuarteto lucense llevaba siete años sin dar señales de vida y ese paréntesis equivale a la aniquilación virtual en estos tiempos de fugacidades. Pero de pronto sucede que Ricardo Rodríguez y los suyos se han visto con fuerzas de retomar el camino pausado tras Wasteland (2012), y resulta que las nuevas líneas anotadas en su libreta superan con creces las anotaciones de las que teníamos noticias hasta ahora. Rodríguez parece impregnar su espíritu y canciones de bosque atlántico, de roble y hierba mojada, y desde esas directrices dispara un discurso eminentemente vaquero: lo bastante como para rezongar con insistencia ese “I believe in rock & roll” en mitad de un paisaje de guitarras acústicas y segundas voces pastorales (Believe). Rodríguez parece invocar, aunque sea desde el noroeste ibérico, la faceta más campestre de la nueva americana, y así menciona entre sus inspiraciones más poderosas las de Drive-by Truckers o el primer Ryan Adams, el de los tiempos de Whiskeytown. No es descabellado, sobre todo si prestamos atención a la cara B de esta reaparición, infinitamente superior a la A desde el momento en que descubrimos ese estribillo arrastrado, perezoso y encantador de Cinema. Pero antes hemos asistido al desarrollo de Come back, emblema evidente de este retorno musitado, entrañable: ocho minutos para abrir boca que comienzan en clave muy bucólica pero dedican su segunda mitad a una progresión emocional en evidente deuda con los mejores Radiohead. Habrá quien no esperase ya a Holywater y no les hubiera reservado un espacio en sus corazones. Estará ejerciendo un diagnóstico miope y, sobre todo, injusto. Porque es sencillo sentirse cobijado bajo estos acordes que crepitan como la hoguera y la cabaña, como una escapada por esos territorios que no aparecen nítidamente definidos en nuestro Google Maps.

 

 

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