Ah, la tristeza. Siempre la tristeza. Qué poderoso (y doloroso) carburante. Esta pareja lo sabe bien. No solo lo emplea, sino que lo dosifica; esta vez, puede que mejor que nunca. “Passerby” (2014) era un álbum hermoso pero desolador, de una quietud hermanada estrechamente con la congoja. “Sculptor” es, en términos comparativos, más expansivo y luminoso. Pero seguimos enfrentándonos a una obra contrita. Y muy, muy bella. Merecería la pena aunque solo fuera por los tres minutos inaugurales de “Spring”, que reflota el espíritu de los Fairport Convention primigenios a partir de, qué cosas, un poema japonés del siglo X. No es casualidad que Joe Boyd, el mítico descubridor y productor de los Fairports o de Nick Drake, figure entre los grandes impulsores de este tándem. Otros gurús del folk británico pueden venir a la cabeza a lo largo del álbum: June Tabor, por ejemplo, en esa serenidad extática de “Heist”. Por lo demás, la turbadora voz de Zoë Randell, tan bella como inquietante, sigue encontrando complemento en el minimalismo sonoro de Steve Hassett: dos tipos de Melbourne que se conocieron por las cosas del azar en Edimburgo (ella trabajaba para el Festival; él recorría Europa con la guitarra a cuestas) y que ahora han terminado afincándose en Brooklyn. Una nueva ubicación que le queda más a mano a Aaron Dessner, que les produjo el disco anterior y esta vez vuelve a hacer acto de presencia, ahora en forma de cameo. Pese a alguna pincelada electrónica y una instrumentación algo más boyante, “Sculptor” vuelve a ser un trabajo para escuchar con la luz entornada. En ausencia de Gillian Welch, no encontraremos este año nada mejor.

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