Casi dos décadas lleva llamando este cantautor sevillano afincado en Madrid a las puertas de un reconocimiento amplio, y puede que esta sexta entrega suponga la intentona más atinada en esa dirección. Lo es, sin duda, en cuanto a sus ambiciones, puesto que El último baile está producido por Fabián y ha terminado convirtiéndose también en poemario, de manera que cada una de sus 12 canciones alienta o inspira varios poemas concebidos como tales, sin ánimo de encontrar acompañamiento melódico.

 

Intuimos que Manuel Cuesta es mejor letrista que poeta, y podemos considerar este esfuerzo como un suplemento loable para ese desempeño fundamental: la sabia combinación de música, letra y acordes en la guitarra. Le canta Manuel al amor (el impulso más frecuente y, de un tiempo a esta parte, el más incontenible entre nuestros trovadores jóvenes), pero le dedica también esfuerzos a la cotidianidad, a esa capacidad deliciosa para sugerir y situarnos con pequeñas pinceladas en determinados momentos y lugares.

 

Cuesta es del 75 y fue niño en aquellos años ochenta que luego denostamos y hoy reivindicamos como bien disfrutables. La complicidad con sus coetáneos es una baza poderosa, igual que su capacidad para citar con gracia: esa frase de Wet Wet Wet (Love is all around) para el final de Hugh Grant (la cinefilia, siempre la cinefilia) o la paráfrasis de una célebre línea de Los Rodríguez (“Me dejabas atravesar el viento sin documento”) como arranque de, más evocaciones, Verano del 91.

 

Manuel puede ser devoto de Ismael Serrano, pero también refresca la garganta en las fuentes de Glen Hansard, Nick Drake (una foto del libreto, retratado ante una pared con cartelería, es un guiño flagrante) o Damien Rice, inspirador directísimo de No puedo apartar los ojos de ti. Bien, bien.

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