Una banda inusual. Un disco atípico. Y eso, claro, nos gusta. Extraño en presentación, concepto y sonido, hasta en extensión y repertorio (solo siete temas, 33 exiguos minutos). También en el apartado lingüístico: Melody Prochet es parisina, pero alterna su lengua madre con el inglés… y con pasajes en sueco, en atención a que este segundo trabajo haya nacido en tierras escandinavas y en compañía de integrantes de Dungen y The Amazing. Prochet ha conseguido, ante todo, redondear una fórmula sonora mayormente inclasificable, en la que el gusto por el “dream pop” que sugiere esa “cámara del eco” nominal enlaza con severas digresiones psicodélicas, no pocos arrebatos guitarrísticos o vociferantes, sacudidas electrónicas y desconcertantes intersecciones entre flautas bucólicas y guitarras con malas pulgas. “Desert horse”, por ejemplo, constituye un verdadero laberinto sonoro al que le bastan cinco minutos para aturdir al oyente con una fascinante sucesión de sorpresas. Melody parece una chica lánguida (“Van har du vart”, una joya de 90 segundos) hasta que enseña el colmillo, pero incluso su perfil más fiero no deja de resultar absolutamente adorable. “Bon voyage” es, en efecto, un viaje en toda regla, un tránsito de la “chanson” a la ruptura. Prochet había debutado seis años atrás bajo la tutela de Kevin Parker, el muchacho de Tame Impala, pero a estas alturas ya no necesita padrinazgos. Es más, el tándem estuvo trabajando durante meses y meses en un segundo álbum que nunca llegó a fructificar, y del que solo han trascendido algunos fragmentos inconclusos. La nueva fórmula es más radical y aventurera que la del chico de las antípodas. Y suceden tantas cosas en estos mencionados 33 minutos que a veces nos sugieren más vértigo que sosiego. Una travesía, en cualquier caso, fascinante.