Si existiera algo parecido a una Academia de la Canción en algún lugar del mundo, Neil Finn (Te Awamutu, Nueva Zelanda, 1958) debería ostentar en ella la presidencia honorífica con carácter vitalicio. A semejanza de lo que sucede con Paul McCartney, la única persona con la que podría rivalizar en el cargo, da la impresión de que Finn es capaz de alcanzar cualquier recoveco armónico y melódico en la geografía inmensa del arte de componer, porque, por muy inexplorado que sea ese rincón, él ya ha pasado en alguna ocasión por ahí. Esa sensación de asombro ante una arquitectura musical que saca muchas alturas de ventaja a sus congéneres se acentúa en este séptimo trabajo de Crowded House, la más mítica de las formulaciones musicales de Neil. Dreamers are waiting no solo es un disco fabuloso que merece escuchas en abundancia, porque cada una descubre nuevos detalles nunca evidentes, sino que también se erige en un acontecimiento ansiado: desde Intriguer (2010), llevábamos 11 años sin que esta Casa Abarrotada estampara su sello en la portada de un álbum.
Es imposible no dividir la carrera de Crowded House en dos mitades: la primera época, a caballo entre los ochenta y los noventa, finalizó en disolución, mientras que Time on Earth marcó en 2007 un regreso en el que ya casi no confiábamos nadie. Esta segunda etapa vino precedida por la terrible noticia del suicidio de Paul Hester, el vivaracho batería original, símbolo sonoro y hasta casi fisonómico del original carácter expansivo de la banda, y puede que su ausencia, aún hoy, marque el tono más comedido, reflexivo de estos nuevos House. No, en estas 12 canciones no encontraremos ningún Don’t dream it’s over, Fall at your feet o Weather with you que puedan alimentar las radiofórmulas de clásicos dentro de dos décadas. Pero da lo mismo, porque Dreamers… es un álbum tan superlativo que siempre nos lo podremos programar –y, a ser posible, a buen volumen– en el salón de casa.
Finn es el Macca de las antípodas, ya lo hemos comentado, pero resulta que este regreso también marca la incorporación oficial a la banda de sus hijos Liam (guitarras) y el benjamín Elroy (batería). Y a nadie le importa una endogamia familiar que permite refrendar el talentazo como autor de Liam Finn en las oscuras Goodnight everyone y, sobre todo, Show me the way, donde el primogénito opta, atención, al diploma de los herederos de Brian Wilson. Y no acaban ahí las noticias en torno a los Finn: Tim Finn, el hermano mayor de Neil, no regresa al grupo en el que militó en los tiempos felices de Woodface (1991), pero asoma para coescribir la fabulosa Too good for this world. Y, con visitas de esta naturaleza, siempre merece la pena dejar abiertas las puertas de la casa.
Nos merecemos un tiempo generoso abrazados a Dreamers are waiting, uno de esos trabajos que los angloparlantes suelen definir como de “combustión lenta”: el encanto es inmediato, pero los tiempos medios ganan por goleada, la riqueza se superpone en capas sucesivas y hay que ir desentrañándola. Solo Playing with fire, con sus inusuales arreglos de metales, opta por la expansividad evidente, pero los otros dos adelantos (To the island, Whatever you want) son soberbios, por no hablar de la melancólica apertura coral de Bad times good o de la maravillosa Start of something, firmada a pachas entre Neil y Liam. Para culminar el capítulo de sorpresas, los teclados de la banda están ahora en manos de Mitchell Froom, productor de los primeros elepés y también detrás de álbumes míticos de Suzanne Vega (con la que estuvo casado tres años) o Elvis Costello. Un fichaje de altura, como el de Neil Finn por Fleetwood Mac de hace tres temporadas. ¿Quién quiere estar pendiente del mercado balompédico de verano con noticias como estas?
Excelente comentario. Maravilloso disco. Un grower. De lo mejor del 2021 junto al bellísimo Insolo de Gary Kemp.
Gracias, Jorge! Escuchando estos días a Kemp, precisamente…
Cuánto cariño y respeto leo en tu reseña. Coincido contigo, maravilloso disco que, personalmente, estuve esperando mucho tiempo. Y no me refiero a los más de diez años que pasaron del también maravilloso Intriguer, sino a eso que a veces tanto deseamos encontrar casi sin saberlo, un puñado de canciones que con un poco de suerte se cruzan en nuestra vida y resultan un reparador refugio. Como una casa abarrotada.
Qué comentario tan amable, Miguel Ángel. Muchas gracias por escribir.
A ti por escribir con tanta pasión y respeto, algo poco habitual últimamente en el periodismo. Acabo de descubrir tu página y ya soy fan. ¡Abrazo grande!