Aún joven y casi siempre fascinante, la sueca Lykke Li llevaba cuatro años sin dar señales de vida discográficas por su cuenta, si bien entre medias se (y nos) había divertido con esa especie de supergrupo escandinavo, Liv, que se presentaba como “el hijo del amor entre Fleetwood Mac y Abba”. “So sad so sexy” es un título a un tiempo seductor y bien descriptivo, diez entregas de pop electrónico que ganan a cada escucha, como si ante un híbrido entre Lana del Rey y Lorde nos encontráramos. Después de que sus tres primeros álbumes hubieran contado con la supervisión de Björn Yttling, de Peter Björn and John, Li cambia de discográfica y derroteros para volverse más sofisticada, avanzada y misteriosa, a veces acercándose al r’n’b electrónico (la estupenda “Jaguars in the air”) y otras incluso con medio pie en el trap y otras tendencias contemporáneas (“Two nights”, “Sex Money feelings die”). Lykke canta con una frialdad turbadora, una fórmula tan bella como inquietante, y resuelve cada corte en apenas tres minutos, dispuesta a resultar efectiva y evitar cualquier floritura innecesaria o capa de grasa. A la languidez habitual se suma a menudo ese tono de catástrofe sentimental en ciernes, de relaciones que viven sus últimos coletazos cuando todas las partes implicadas ya saben que no hay margen ni para la esperanza ni para la redención. “So sad so sexy”, el tema que da título al lote, es el mejor ejemplo de un estribillo adictivo y eminentemente tristón. Pero la tristeza no solo puede resultar atractiva, sino incluso absorbente.

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