Maika Makovski es la eterna aspirante a la popularidad que se queda en la categoría de maravilloso secreto bien guardado. La artista con mimbres perfectos para encabezar los carteles que se reencarna en la figura de presentadora de La 2, tanto en el ámbito de la literalidad como en el de la metáfora. MK MK, un regreso que ha tardado cinco años en materializarse, no va a modificar su estatus en el universo de las delicatessen y las inmensas minorías. No habrá una eclosión en torno a su figura –ojalá nos equivocáramos–, puesto que en su cada vez más libérrimo crecimiento artístico ha optado por el trabajo más crudo, visceral y embravecido de su colección. Pero el estirón es tan nítido que solo queda disfrutarlo y subir el volumen: porque esta entrega es lo bastante crepitante como para merecernos un estallido de decibelios en nuestros oídos.

 

Venía Makovski de Chinook wind (2016), un trabajo más lírico y evocador, pero los paisajes acústicos dejan paso ahora al chirriar de guitarras y la carne poco hecha, con Craig Schumacher al frente de la grabación y el viejo amigo Howe Gelb (Giant Sand) en las segundas voces. Nuestra mallorquina universal tenía listas y grabadas estas 11 canciones antes del cataclismo, aunque es curioso (por no decir premonitorio, un adjetivo que de 15 meses a esta parte le acabamos adjudicando a casi todo) que entre los argumentos más recurrentes figuren el aislamiento o la incomunicación. De hecho, MK MK puede entenderse en buena medida como una reivindicación de lo orgánico y lo analógico, de esa vieja máquina de escribir Olivetti que luce, orgullosa, en la fotografía desplegable del interior.

 

Aquí se reservan pocas hectáreas al bosque, porque el paisaje se ha tornado árido. Tampoco se potencia la mirada dulce, sino la pupila penetrante. Maika entrega un cancionero poco canturreable y abiertamente corajudo, con Patti Smith en lo alto de su santoral durante el demoledor arranque (Love you til I die, I live in a boat) y escala a la orilla de Alanis Morisette cuando alcanzamos Places where we used to sit. El sonido urgente se matiza en parte en la cara B, con giros de guion como Where are you (bailable, burlona y seductora como una Blondie en plena era new wave) o la ocasional balada Persian eyes, desmadejada y etérea. Pero Adrián Seijas, batería de Xoel López y aquí baza rítmica esencial, vuelve a acelerar con The posse, joya manifiesta que también escapa de la tónica a través de la armónica y el piano.

 

Makovski conserva su naturaleza poliédrica (Center of the universe es una delicia íntima y sugerente, a media voz), pero ha querido darnos un golpe en la mesa. El tablero, después de un buen puñado de escuchas sucesivas, aún sigue palpitando, tembloroso.

 

 

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