Hay mucho de fascinante en la figura de Xoel López, un tipo aún joven a sus cuarenta y pocos que presenta su disco número 15 –si sumamos todas las diferentes formulaciones–, agiganta a cada año la condición de vocalista estratosférico y afianza ese muy melómano gusto por repetirse poco y aventurarse por territorios insólitos e inesperados. Si mi rayo te alcanzara no solo es una entrega inusual desde un punto de vista estilístico, sin dejar de sonar netamente xoelística, sino que se erige en un canto esperanzado a pesar de los pesares. Compuesto en era prepandémica, pero en circunstancias no siempre sencillas, este repertorio se erige en talismán colectivo y conjuro vitalista: un estímulo para la irrigación sanguínea y el disfrute sagaz justo cuando más lo necesitamos.

 

Después de esa trilogía acaso involuntaria o sobrevenida en que se convirtieron sus tres primeros álbumes con nombre y apellido (AtlánticoParamales y Sueños y pan), Si mi rayo… tiene algo de volantazo. Delega la producción por completo en manos de Carles “Campi” Campón, habitual de Drexler pero también de los últimos Vetusta Morla; prescinde de las guitarras en un porcentaje elevado y hasta comparte tareas de composición, lo nunca visto hasta ahora, con un cómplice lucense, David Quinzán, al que deberíamos descubrir de manera urgente. Pero lo mejor es la escasa obviedad estilística y el desarrollo de un cancionero que jamás se rige por patrones evidentes y acaba calando y seduciendo no solo por la vía de la reiteración, sino también del reposo en la memoria.

 

Suceden abundantes cosas sorprendentes en este disco escueto pero sustancioso, diez canciones que cuentan mucho y dejan abierta la posibilidad a formulaciones ampliadas, porque sabemos que las sesiones dejaron hasta 22 frutos. El mismo corte inicial, el delicadísimo El destello, es una apertura atípica en su concepción delicada y casi extática, una especie de plegaria que, como Insomnio en Sueños y pan, quizá no goce del favor del gran público, pero sí de la predilección de su firmante. Hasta la ordenación del repertorio es sorprendente en este trabajo, porque a la espiritualidad de este destello le sobreviene de manera abrupta Tigre de bengala, seguramente la pieza más despendolada que haya entregado nunca López, cuyo gusto por el tropicalismo deriva esta vez en fervor poco disimulado por la figura de Juan Luis Guerra.

 

Cada corte acaba siendo una singladura diferenciada y un universo pendiente de exploración. Como ya sucediera con Almas del norte (Paramales, 2015), Xoel certifica en Vampiro blanco lo mucho que le cunde su devoción por el soul y las innumerables escuchas de la Motown, aunque su acercamiento sonoro esté muy puesto al día. Y demuestra con Dancehall el desparpajo bailongo que puede habitar en un tipo de A Coruña, dispuesto a romper definitivamente moldes o presupuestos anticuados.

 

Todo merece ser escudriñado aquí, ya decimos, porque Xoel sabe bien que las puntadas han de llevar siempre hilo. Por eso acaba afianzándose en nuestras preferencias Alma de oro, con su muy sutil inspiración en Somebody that I used to know (Gotye) y el asombro de un descubrimiento de una prácticamente inédita Ede, una carabanchelera joven y de pasmoso magnetismo. Igual sucede con La espina de la flor en tu costado, la más acústica y encantadora del lote. O, claro, con la gigantesca Joana, enormidad lírica e interpretativa que deja el listón –esta vez, sí– nuevamente por las nubes. 

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