Suenan tan naturales y orgánicos Leonor Watling y Alejandro Pelayo en esta nueva entrega de Marlango que cuesta rememorar aquella primera etapa en la que se aferraban al inglés como expresión. Y resulta más estimulante aún que, afianzada la fórmula en castellano, no se limiten a repetir receta y busquen un giro en el discurso; seguramente el más llamativo de toda su discografía, aunque ellos no sean propensos a las brusquedades. Estos diez nuevos títulos apuestan por modificar el formato de una forma llamativa: quedan prohibidas las guitarras y bajos – una pirueta de trapecista sin red- y el ropaje sonoro aúna el piano de Alejandro con sendas pequeñas secciones de metales y cuerdas. La consecuencia inmediata es que “Technicolor” suena más añejo (o, quizá, atemporal) y sofisticado, más adulto e invernal que otros episodios previos, que parecían bañados por una tenue luz de verano tardío. La inaugural “El beso robado” gira en torno a un piano con resonancia hueca, casi como si evocáramos un viejo chotis. Y “Un momento perfecto” hace honor a su título, porque todo parece encajar en el encantador mano a mano entre Leonor y el mexicano David Aguilar. “Technicolor” es un título que juega a la paradoja, porque en la colección prevalecen los sepias o el blanco y negro. El resultado es hermoso, aunque la autolimitación acaba restando un punto de naturalidad: curiosamente, le sucedía algo parecido a la pareja de Leonor, Jorge Drexler, cuando decidió que las guitarras fueran el único ingrediente válido para “Salvavidas de hielo” (2017). La instrumentación atípica y similar unifica parte del cancionero, pero joyas como “Poco a poco” (con Coque Malla) o “Los desertores” son magníficos ejemplos del quehacer de este tándem y sus crónicas de incertidumbres, idas y venidas.