En la aristocracia del pop-rock murciano hay que buscarle hueco de privilegio, ya sin margen de dudas, para los cinco muchachos de Nunatak. El motivo por el que una pequeña región con apenas millón y medio de habitantes se convierte en la principal cantera de nuestros escenarios bien sería merecedor de otro análisis, no sabemos bien si solo musical o incluso sociológico, pero la realidad es que los cartageneros se colocan definitivamente con este cuarto álbum, en términos de popularidad y repercusión, justo por detrás de Second o Viva Suecia, lo que nos hace pensar en un incendio popular de importantes dimensiones. Lo mejor de este disco es la evidencia de que Adrián Gutiérrez y los suyos han perdido el recato y se encaminan a la conquista del gran público. Con los pies en el suelo, pero sin falsas modestias: lo que empezó como un proyecto de folk-rock con vocación naturalista y evocadora, en los tiempos de Nunatak y las luces del bosque (2014) y Nunatak y el pulso infinito (2016), ha evolucionado ahora hacia el rock adulto y enfático, la apuesta sin disimulos por el estribillo arrollador, los arreglos bombásticos y el anhelo de reinar en pabellones o escenarios principales de cualquier gran festival. Empezaron Nunatak recibiendo comparaciones con Mumford & Sons, y lo curioso es constatar que siguen mereciéndolas porque han emprendido una evolución de alguna manera semejante a la de Marcus Mamford y sus socios. El golpe en la mesa y el gesto de orgullo se refrenda hasta en términos de calendario: tras la transición de Nunatak y el tiempo de los valientes (2018), donde ya había indicios evidentes de los nuevos aires, los chicos han adelantado súbita e inesperadamente los plazos de publicación y se descuelgan con diez canciones guitarreras, rocosas, incluso un poco infladas de solemnidad. Si sus mismos vecinos de Viva Suecia pueden servir de referente (y por extensión, en un mundo ideal, también hay empeño por acariciar los territorios de Vetusta Morla), los objetivos se disparan hacia The Black Keys con Criminal de guerra, que pide ser secundada con los rugidos de la afición: (“Cambio pulseras por puños en alto”). Incluso ese epílogo sintetizado, Ya he ganado, puede recordar a la última encarnación de Muse, mientras Todas las campanas opta por un apoteósico arreglo de cuerdas y el coro de una hermandad religiosa se encarga de sacralizar ese rimbombante canto de amor a la vida campestre que es Hijo de la tierra. El único paréntesis acústico es Viento del sur, con armonías vocales en la tradición de Crosby, Stills & Nash y una melodía deliciosa. Para todo lo demás, agárrense los machos. Nunatak deja atrás sus aspiraciones indies y prefieren abrumarnos. Pueden resultar emocionantes, pero también, a ratos, agotadores.

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