A algunos aficionados jóvenes acaso no les resulte familiar ni el nombre ni el rostro de Patxi Andión, pero este veterano y valeroso cantautor vascomadrileño celebra con La hora lobicán la friolera de medio siglo de compromiso. No ya solo con la canción, sino más bien con una concepción comprometida, progresista y solidaria de la música y de la vida. Le contemplan ahora 72 otoños, una edad susceptible de que la voz incurra en algún que otro traspiés, pero una pieza tan irrefutable como ¡Que venga el olvido!, construida a la manera de cualquier gran título de Víctor Manuel, despeja cualquier duda abarcando una tesitura pletórica, desde esas robustas y varoniles notas graves a los impecables agudos. Andión suma discos, versos y kilómetros, pero no se conforma con aplicar sabidurías adquiridas. Se compromete en cada renglón. Asume una gravedad de canción jazzística en la inaugural Creer, letanía metafísica que tampoco desentonaría en los labios de un compañero de generación como Pedro Ruy-Blas. Adopta el fado jazzístico en Vaga no azul amplo, solta, con versos prestados de Pessoa. Y se adentra en un hermoso romanticismo de piano y conjunto de cámara para Navegar, una pieza evocadora que cualquiera habría atribuido sin titubeos a un José Luis Perales. En realidad, solo Buenos días, joven constituye un antipático resbalón en el álbum, dado que su tono de pasquín y nostalgia de la lucha antifranquista se antoja particularmente anacrónico, tanto como una mala canción de Paco Ibáñez; y porque la inclusión del pareado “se follaba sin descansar / como se luchaba por la libertad” bordea el sonrojo. Es el único borrón de un álbum eminentemente adulto y maduro, como no podía ser de otra manera, pero cálido y reflexivo, con el atractivo añadido de esa “Guía para oír”, en formato elepé, donde Andión aprovecha su buena pluma para explicar intenciones y motivaciones. Esos ingredientes de los que la canción de autor nunca debe estar exentos.