Hay algo todavía atípico y mayormente seductor en la utilización de la electrónica como medio para la expresión de la melancolía. Y Porches (o, lo que es lo mismo, Aaron Maine) ha desarrollado ya una habilidad manifiesta y muy atractiva al respecto. A este rubiejo neoyorquino le atormentan las cosas que le bullen a uno en la cabeza con veintitantos, y no tienen por qué ser las mismas que al oyente: el amor fallido, el desarraigo, la soledad, las camas vacías y los cuartos yermos. Esas cosas. Tragedias menores, quizás, pero sentidas. Y articuladas aquí con un maravilloso instinto pop: trabajan las máquinas, pero estas 15 canciones se resuelven en apenas 40 minutos; a menos de tres de media, si las matemáticas no engañan. Enganchan “Find me”, “Country”, “By my side”, cápsulas directas y efectivas, caramelos para paladares que ya disfrutaron en su momento con James Yuill o Gardens & Villa. Es el tercer disco de Porches, y no necesariamente el definitivo. Pero sí lo bastante sabroso como para rechupetearse los dedos

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