Nunca gozó de mala salud el rock andaluz, que desde la eclosión de Triana ha asomado la patita, siquiera de modo intermitente, por el panorama patrio. Pero la irrupción de personajes como Quentin Gas, que se suma a otros proyectos abiertamente fascinantes y asentados (pensemos en Pony Bravo o en el pantanoso delirio inclasificable de Guadalupe Plata), solo puede disparar los índices de optimismo. Porque Quintín Vargas, lebrijano heterodoxo que se traviste en Quentin Gas por la vía de la psicodelia, emprende aquí un viaje interestelar ante el que no hay manera de permanecer impasible. Los iconoclastas, ya se ve, no son exclusivos de tierras ilicitanas. Quentin es un Major Tom de Al-Andalus, un espíritu sin gobierno que pone el pie en la nave y hermana el rock con la ciencia ficción, los ecos de Morente y Jesús de la Rosa con un ramalazo lisérgico que no nos proporcionaría ni una noche entera escuchando a Tame Impala. Esta “Sinfonía…” resultante es más fantasiosa que laberíntica, porque ni Gas ni sus Zíngaros dejan que la dosis de ácido les nuble la vista. Incluye curiosidades sabrosas, como una imagen de portada extraída de la “Odisea en el espacio” de Kubrick y un catálogo de ambientes y crepitares cedidos al parecer por la propia NASA. En cuanto a ese “volumen 2”, en ausencia de un primero (el antecesor era el más convencional y estupendo “Caravana”), parece anuncio de futuras digresiones adicionales por estos cerros de Úbeda en plena Vía Láctea. Hay incluso dos intermedios instrumentales (“Obertura”, “Interludio”) para acentuar el afán sinfónico de un disco sin ataduras, que tan pronto recurre a Maga (“Ravi”) como a unos teclados con muchos trienios de servicio. Concédanse varias escuchas y el esfuerzo será recompensado.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *