Rodrigo Leão atesora la extraña virtud de hacer que parezca sencillo lo que no tiene nada de fácil. La música le brota con una naturalidad pasmosa de manos y cabeza, que además opera con una frecuencia envidiable. Ser prolífico no tiene mérito de por sí. Conseguirlo con discos como este, sí. Mucho. Porque A estranha beleza da vida es una solemne preciosidad, comenzando ya por su propio título.
Leão ha interiorizado tanto el aliento audiovisual que casi todas sus piezas instrumentales resultan inmensamente evocadoras, como si hablásemos de bandas sonoras huérfanas o a la caza de una película. Resultaría plausible que O maestro hubiera figurado entre los originales de Nicola Piovani para La vida es bella, igual que podemos imaginarnos en cualquier distinguido palacete abierto a la música de cámara si llega el turno de Old happiness (pura cuerda) o la maravillosa Introdução Nº 8, título anodino para una de las mejores partituras del lisboeta en los últimos años. Aunque sean muchas y francamente buenas.
En realidad, Rodrigo solo parece incapacitado para ejercer de vocalista, una especialidad para la que siempre encuentra en quién delegar; eso sí, con gusto de alta cocina. Friend of a friend, el corte inicial junto a Michelle Gurevich, es sencillamente excepcional en su mezcla de cuerdas y vientos, mientras que Kurt Wagner (Lambchop) suena roto, taciturno y volátil en Who can resist? Nuestra Martirio afronta Voz de sal, la pieza más misteriosa y oscura de las cantadas, lo que permite asombrarnos con una dimensión suya a la que no suele entregarse desde la copla o la canción tradicional.
Las conexiones españolas se redondean con una sorpresa clamorosa, la coexistencia, en sintetizadores y escritura, de Leão y nuestro ilustre productor Suso Saiz para el decimocuarto y último corte del lote, el que da título a toda la obra. Es, como bien corresponde a su coautor, planeante, hipnótico: un signo de interrogación extraño, en efecto, pero absorbente. Una vez más, a Saiz nos lo reivindican mucho más desde fuera de la piel de toro que en casa, lo que dice mucho de Rodrigo y muy poco de nosotros mismos.
“Me he querido vengar de la pandemia”, anotaba el portugués como espoleta creativa para esta obra. Sosiego y belleza frente a la zozobra y el dolor agudos de estos meses eternos. Gracias, mil gracias.