El neoyorquino Leonard Albert Kravitz es el responsable de una de las trayectorias discográficas más desconcertantes y erráticas de las tres últimas décadas, con un triplete de álbumes iniciales (Let love rule, Mama said y Are you gonna go my way?, concentrados entre 1989 y 1993) que hacía pensar en un genio llamado a heredar el cetro de Prince y un constante goteo posterior de trabajos que jamás respondieron a esas enormes expectativas. Ahora, después de un paréntesis de seis años –el barbecho más prolongado de su carrera–, regresa con la evidente intención de reivindicarse como el artista integral y enorme que parecía ser, un propósito de autoafirmación al que seguramente no sea ajena la circunstancia de su recién celebrado 60º cumpleaños.

 

¿Un primer diagnóstico? Puede que Blue electric light no sirva para consolidar del todo su candidatura a una nueva entronización, pero esa renovada confianza en sus posibilidades le sienta muy bien al duodécimo trabajo de Kravitz y lo convierte en el mejor que nos ha entregado de 30 años a esta parte. O, dicho de otro modo, en el más brillante de sus álbumes menores.

 

Al parecer, el bueno de Leonard encontró refugio en las Bahamas al comienzo de la pandemia (la primera palabra que exclama en todo el álbum es “Lockdown!”) y se enfrascó en un proceso creativo del que podría haber salido material suficiente como para cuatro álbumes, de los que este Blue electric light –con sus 56 minutos y su condición de doble elepé en el formato de vinilo– sería solo el comienzo de un gran festín. En cualquier caso, la colección parece claramente concebida como un revulsivo frente a la incertidumbre, porque Kravitz llevaba muchos años sin mostrarse tan optimista, poderoso y orillado hacia el funk como en este momento. Y el excelente corte de partida, It’s just another fine day (in the universe of love), lo refrenda en fondo y forma: el propio título parece un resumen del espíritu de su firmante, que bien podría utilizarlo para nombrar una eventual futura autobiografía.

 

El espíritu de Prince, gran amigo de Kravitz, sobrevuela gran parte del álbum, ya sea desde el mimetismo descarado (Heaven), con el formato de cálidos medios tiempos (Stuck in the middle), en devaneos sintetizados a la manera de los años ochenta (Let it ride) o cuando el discurso se acerca al fervor tórrido de James Brown, como es el caso de TK421. Hay otros guiños muy plausibles: a Robert Palmer en Bundle of joy y el ya tradicional acercamiento de Lenny a los territorios de Led Zeppelin, esta vez restringidos casi en exclusiva a Paralyzed. Pero la mejor noticia de este disco la encontramos con Honey, una canción de soul ligero tan pluscuamperfecta que roza aquel hito casi inalcanzable de los orígenes, It ain’t over (til it’s over), allá por 1991.

 

Entre unas cosas y otras, en fin, se nos queda un álbum nada innovador, pero sí muy ameno. El universo del amor sigue expandiéndose en el cerebro de un hombre que, también a la manera de Prince, ha querido componer, interpretar, arreglar y producir casi hasta la última nota del disco. Blue electric light no nos cambiará la vida, pero nos alegrará –y no es poco– la jornada.

 

 

 

 

2 Replies to “Lenny Kravitz: “Blue electric light” (2024)”

  1. Los discos de Lenny Kravitz son esos que siempre espero con los oídos abiertos.
    Aunque como cualquier artista, tiene discos muy buenos y otros que no lo son tanto, en todos acabo encontrando ese tema que destaca, y mucho, sobre los demás.
    En el caso de Blue Electric Light, es cierto que me ha costado un poco encontrar esa canción. De los 12 cortes me quedo con el que da título al disco.
    Tal y como dices, no es un disco que nos cambiará la vida, pero sí es fiel a su estilo y su estilo me gusta.

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