Starsailor irrumpieron en la escena británica en los primerísimos años 2000 para convertirse en la primera gran banda a rebufo de Coldplay, aunque donde los de Chris Martin eran más luminosos y efectistas ellos tiraban más de gravitas y sentimiento trágico (bautizarse como un disco del desdichado Tim Buckley imprime irremediablemente carácter). Empezaron siendo famosísimos y continuaron siéndolo un poco, pero cada vez menos. Y los años les están sentando de maravilla a su discurso, aunque sea a costa de seguir rebajando las expectativas en cuanto a la cuenta de resultados. Where the wild things grow es una obra de madurez con todas sus letras y connotaciones, una colección serena, hermosa, diversa y no exenta de dolores y congojas en donde las distancias con Viva la vida ya son siderales, pero la conexión con el rock melódico y sinfónico de los setenta afianza los cimientos de un cuarteto de mirada cada vez más profunda y panorámica.

 

Debe de influir bastante la presencia en la formulación de Richard McNamara, el guitarrista de Embrace, que ya se erigió en productor de All this life (2017), el regreso tras el lejano All the plans (2009), y que ahora repite ocupación siete años más tarde, confirmando su estatus como una especie de quinto integrante no oficial y, sobre todo, dejando claro que las urgencias y el ímpetu de los años mozos ya no forman parte de la lista de ingredientes. Pero ahí está la seductora solidez rocosa de Into the wild o de Heavyweight, los dos cortes de apertura, para potenciar una densidad sonora que bebe del post-punk y, en el segundo caso, de la era psicodélica de los Beatles para acabar irrumpiendo en el salón con una robustez a la altura de los mejores Manic Street Preachers.

 

Pero más allá del papel de McNamara, para nada desdeñable, el gran activo de los de Wigan sigue siendo James Walsh, ese cantante y jefe de filas soberbio y nada efectista, alérgico al ruido mediático pero aferrado a una expresividad y hondura cautivadoras. Walsh es capaz de exprimir su vertiente más cálida en las baladas acústicas (After the rain, con pinceladas de armónica incluidas) o en los cortes lentos a varias voces (Hard love), pero también de apurar la franja más aguda de su tesitura con Dead on the money, lo más directo, palpitante y adictivo que han redondeado estos chicos de las afueras de Manchester en lustros. E incluso puede exhibir un razonable y seductor parecido con Boy George (Culture Club) con esa balada al piano, Hanging in the balance, que sirve como epílogo.

 

Ese sosiego propio de la madurez predomina en el tercio final del álbum (Last shot, Enough), pero el mejor ejemplo de escritura templada lo encontramos antes, con ese corte titular, Where the wild things grow, que Walsh reconoce inspirado en Ed Harcourt y que fluye desde su carácter de pop ambiental, como de vuelo rasante. No hay un solo aspaviento en este sexto elepé de Starsailor, pero su franqueza lo convierte en un aliado magnífico frente al ruido, el postureo y la ramplonería.

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