Los galeses Manic Street Preachers pasan por ser una de las formaciones más sólidas, emotivas e irrefutables de las tres últimas décadas, así que su regreso siempre es motivo de alborozo. The ultra vivid lament, título precioso ya de antemano, no desentona en nada de lo antedicho, pero plantea la reflexión inevitable sobre hasta qué punto puede llegar a sorprendernos una banda a la altura del decimocuarto de sus trabajos. En ese sentido, estas 11 nuevas canciones se antojan más disfrutables que excitantes, a falta de una ligazón sutil que las hilvane o de un momento concreto que supere la consabida excelencia para acariciar la clase magistral.

 

Ni siquiera el colapso anímico de la pandemia y la muerte casi consecutiva de los padres de Nicky Wire, el gran letrista de la banda, determina un tono general de consternación. Más bien al contrario: el sonido habitualmente expansivo se agiganta como en tiempos de This is my truth, tell me yours (1998), el momento de mayor explosividad popular. Y ese énfasis hace muy ameno el trabajo de encontrar indicios de otros grupos de sonido aparatoso, en particular Simple Minds o la Electric Light Orchestra y hasta puede que también Echo & The Bunnymen. Aunque lo más divertido es leer que los galeses aseguran sentirse esta vez bajo el influjo de… ¡ABBA!

 

Al ya tradicional dúo de James Dean Bradfield con una voz femenina más o menos frágil, en este caso Julia Cumming (The secret he had missed, irreprochable), se suma en esta ocasión la novedad del siempre inquietante Mark Lanegan en Blank diary entry, lo que genera una colisión violenta y sugerente entre su voz cavernaria y perturbadora y el timbre tenor y pletórico de nuestro jefe de operaciones. Los grandes aficionados preacherianos debatirán si el arrollador tema inaugural, Still snowing in Sapporo no habría sido aún mejor primer sencillo que el más que notable Orwellian. Y luego están las piezas canónicas, las que suenan a MSP desde el primer aliento (Complicated illusions, Quest for ancient colour) pero ante las que solo podemos seguir admirándonos.

 

Queda la sensación puntual, allá y aquí, de pérdidas ocasionales de intensidad (Happy bored alone, Don’t let the night divide us). Pero aunque el tiempo vaya matizando la pasión, queda claro que nuestro amor por Manic Street Preachers permanece. Y va para largo.

 

 

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