Sorpresas. Ahí están, acechantes, como una posibilidad cierta, factible. Qué sería de nosotros sin ellas; en el ejercicio de la vida, pero también, más específicamente, en el de la melomanía. Lo que nos produce este segundo disco de Tersites es justo eso: una sorpresa monumental. Pasó inadvertida la obra inaugural de Luis Palop en 2015, titulada, quizá por esas ironías del destino, Invisible. Deberíamos hacer todo lo posible para que no suceda lo mismo con estas 10 canciones autoeditadas en las que su artífice vuelve a esconderse tras una portada colorista y un alias artístico que no deja de tener su miga. Porque Palop, que paga sus facturas como trabajador público en el área de la cultura, dispone del suficiente bagaje intelectual como para reparar en aquel pintoresco personaje de la Ilíada al que Homero describía como tartamudo, calvo, encorvado y más bien insulso, pero dotado de la lucidez que tantas veces echamos de menos en quienes se colocan delante de los focos o se pavonean, sin motivo aparente, ante nuestros ojos o pantallas digitales. Y algo de antihéroe, igual que lo era Tersites, hay en la figura de este Palop: no hablamos de ningún principiante, sino de un hombre en su cuarta década de vida que trastea con la guitarra desde los 13 años, invirtió muchas temporadas organizando las jam sessions de un club de Malasaña e incluso constituyó un grupo más o menos efímero, Malbicho, antes de lanzarse en solitario (aunque sea bajo pseudónimo). Pues bien, el antihéroe huidizo resulta ser un compositor excelente, un guitarrista notable y un intérprete más que solvente, además de un retratista delicioso sobre las miserias de la existencia cotidiana, las calamidades de las relaciones abocadas al fracaso y las limitaciones manifiestas de este mundo que pensábamos tan avanzado y revitalizado por obra y gracia de las nuevas tecnologías. El chavalito que se enamoró de la guitarra escuchando, como tantos otros, a Dire Straits, mantiene su gusto por la electricidad (Un volcán en el cielo, Sigo aquí) en piezas que admiten su predilección por grandes nombres del americana, de Jason Isbell a Ben Harper o White Buffalo, pero que, en su acepción española, pueden sorprender muy gratamente a los seguidores de Revólver. Hay trazas de canción de autor (Algo que decirParadigma, que merecería un dúo, pongamos por caso, con El Kanka) y hay bilis destilada en Píxels, demoledor (auto)rretrato de una generación que se siente precozmente amortizada por los nativos digitales. Palop es ameno, hábil, a ratos adictivo. Sobre todo con Balada del hombre nuevo, y su extraordinario desarrollo armónico, o con el casi final de No te debo nadaSigo aquí es un disco de temática triste, pero resuelto, ingenioso y un punto enrabietado. Y no podemos por menos que admirar esa actitud, esa entereza.

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