El mundo se convierte en un lugar más comedido, acogedor, sosegado y apacible cuando un disco de Downpilot suena en el salón. Paul Hiraga, el hombre detrás de todo lo que se mueve en la cabina de mandos, habita un microcosmos de dimensiones restringidas y accesos más bien angostos, así que hemos de tomar sus álbumes como generosas invitaciones a compartir espacio con él durante 35 minutos que transcurren en un parpadeo. Si alguien pensó que en la escena de Seattle solo hay hueco para los herederos del grunge es que no lo conoce: el reino de Hiraga se escora hacia latitudes muy distintas a las que pisaran Cobain o Vedder.
The forecast vuelve a ser guitarrero pero nada ruidista, como tantas otras veces habíamos constatado en el universo de Downpilot. Sirve como remanso y paréntesis, como un ejercicio de creación en primerísima persona que remite a la soledad del creador, a la habitación como búnker, coraza y epicentro de las emociones. La cara A se nutre de tiempos medios hasta que, a la altura del quinto corte, Strangers hotel (una preciosa balada para piano y cuerdas que podría firmar Neil Finn sin corregir una sola nota), todo se vuelve aún más quedo, frágil y delicado. Incluso la curiosa Antfinger, un breve instrumental que hace las veces de interludio, parece una grabación casera para la que nadie hubiera sentido la necesidad de trasladarla a un estudio profesional.
El tímbre agudo y cálido de Hiraga se sitúa a medio camino entre Justin Currie, de Del Amitri, y los chicos de Turin Breaks, aunque sobre ese contexto general también hemos de introducir variaciones. Balancer, por lo pronto, parece un tributo evidente, casi flagrante, a David Crosby, como si el autor barruntase que el último adiós de su homenajeado ya no andaba lejos. Y Red desert, aderezada con un inesperado violín y la única de guitarras más incandescentes, trae a la memoria el legado eminentemente noventero de los californianos Toad The Wet Sprocket, no en vano una banda también de la Costa Oeste.
El último tramo coincide con los momentos más ensimismados, incluso en el marco de un disco que ya lo era de por sí. Night shade es una balada tristona y bella, arrastradísima con su slide a bordo. Y los dos cortes finales, On the way y The forecast, remarcan aún con mayor fuerza ese perfil más compungido, desnudo y ralentizado. Cero prisas para Paul Hiraga: ya podríamos ir aprendiendo de él.
Qué maravilla. Estos descubrimientos son una gozada. Gracias!
Muchas gracias, Víctor. Son precisamente mensajes como este tuyo los que más animan, de veras. ¡Salud!