Eso de “puño amable” tiene algo de contradictio termini, pero es precisamente en esa paradoja donde se sustenta en gran medida el encanto de este disco fulminante y a la vez algo furibundo, jaranero pero no exento de cierta mala baba. El trío sevillano se reinventa enérgicamente –pandemia mediante, una vez más– con un sonido más enrabietado pero de vocación juguetona, incluso traviesa. Menos post-punk sesudo y más estribillo para que las cuerdas vocales se nos queden en carne viva. Y que salga el sol, si no es por Antequera, por el mismísimo puente de Triana.

 

Ire, Rafa y Antonio (eso de firmar sin apellidos es muy indie, pero también enojosamente impersonal) habían demostrado muy buenas hechuras ya con Grandes éxitos, mejores descartes (2019), título glorioso que se vio refrendado a la temporada siguiente con una versión remezclada a cargo de Nacho Canut, We Are Not Djs y otros diablillos de las pistas de baile. Puede que ese experimento sirviera como punto de inflexión hacia este Un puño amable, donde se nota a la legua la presencia tras el cristal de Guille Mostaza, el mismo productor que ha revolucionado, entre otros muchos, a Varry Brava o Miss Caffeína. De ahí que incluso los cortes más afilados y rebeldes, de Arden las casetas a Machaca, obtengan una pátina multicolor, como de revista impresa en papel satinado. Y sí: a ti también terminará gustándote, aunque al principio el instinto te induzca a disimular.

 

Aciertan Victorias tanto en su faceta más farandulera (Heladero famoplay) como cuando se vuelven descaradamente ochenteros y erigen la deliciosa casi-balada Fin de fiesta, donde rinden tributo a algún “temazo épico de Cindy Lauper” con envoltorios sintetizados que remiten a los hitos irresistiblemente horteras de Phil Collins. Pero en un disco que juega siempre a las contradicciones (Sevilla, por ejemplo, es toda una declaración de amor-odio ambivalente), el mayor hallazgo es la lectura festivalera de Vida loca, el clásico hiperventilado de Pancho Céspedes. Lo que era melodrama aquí se transforma en gamberrada con brillantina. Así que habremos de agradecer a nuestros sevillanos irredentos que, tras sopesar incluso la disolución de la banda, hayan acabado sonriendo y haciéndonos cómplices de sus sonrisas.

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