Archie Bell pudo y mereció ser tan célebre como algunos compañeros de generación y, en algunos periodos de su trayectoria, de compañía discográfica, desde Harold Melvin & The Blue Notes a Billy Paul. Su nombre ha ido desvaneciéndose poco a poco en la memoria colectiva, entre otras cosas porque abandonó los estudios de grabación hace más de cuatro décadas y desde entonces ha mantenido un perfil extremadamente discreto, apenas circunscrito a sus apariciones puntuales en el circuito del revival. Pero esta caja gozosísima recupera ahora la totalidad de su producción junto a The Drells, la banda que le acompañó durante una década larga y con la que rubricó un total de siete álbumes, todos disfrutables y alguno maravilloso. Los siete elepés aparecen reunidos en los primeros cuatro cedés del lote, mientras que el quinto disco agrupa todos los singles y caras B que no llegaron a ningún disco grande, lo que da como resultado un fabuloso álbum adicional de 16 cortes nunca agrupados hasta ahora y a veces muy difíciles de localizar.

 

Archie Lee Bell es un texano de la hornada de 1944 (cumple 80 años este 1 de septiembre) que, como tantos otros, se fogueó en los coros de iglesia antes de emprender caminos bastante menos espirituales: en su caso, andaba subiéndose desde los 10 años a los clubes nocturnos de Houston, en los que debía resultar imposible no quedarse prendado de aquella voz arrolladora. Fue en ese circuito local donde nacieron The Drells y se fraguó un primer sencillo que tenía como cara B un divertimento de extraordinario desparpajo y libertad formal, Tighten up. Parecía casi un prólogo, una manera de calentar motores al comienzo de la fiesta, pero los pinchadiscos comenzaron a pincharlo antes que el teórico tema titular, Dog eat dog. Hasta que el asunto llegó a oídos del mago Ahmet Ertegün, productor de olfato finísimo, que fichó a los chicos para Atlantic Records y les embarcó en un despegue frenético: los tres primeros elepés de la banda, Tighten up, I can’t stop dancing y There’s gonna be a sundown, se fraguaron en cuestión de meses, entre 1968 y 1969.

 

El eco de Tighten up –la canción, nos referimos– puede parecernos hoy lejano, pero ha sido colosal. Por eso reencontrarnos con esta discografía tan intensa y generosa apetece tanto ahora y representa, por parte del sello Robinsongs, especializado en material de archivo, un poderoso acto de justicia. Aquella pieza ha conocido versiones del propio mentor de Bell, James Brown junto a Maceo Parker (!), pero también de los japoneses Yellow Magic Orchestra (!!) e incluso los mismísimos R.E.M. (!!!). Pero la huella de la banda va mucho más allá, a poco que recuperemos o descubramos éxitos sucesivos como I can’t stop dancing, Doo the choo choo, Girl you are too young o (There’s gonna be a) showdown. Incluso un corte escondido hacia el final del tercer álbum, Here I go again (1969) terminaría dos o tres años después haciendo estragos en la escena británica del northern soul.

 

Para ese tercer elepé ya se había producido la alianza entre Archie y esa pareja de productores y compositores que integraban los indispensables Kenny Gamble y Leon Huff, que a principios de la nueva década instaurarían su propia discográfica, Philadelphia International, para dar forma a lo que desde entonces ya se empezó a llamar El sonido de Filadelfia. Después de un goteo de singles con Atlantic, Bell y sus chicos acabarían recalando en la escudería de Gamble y Huff para crear sus cuatro álbumes definitivos, que abarcan desde Dance your troubles away (1975) a Strategy (1979), aunque quizá el más definitorio de ese periodo sea Where will you go when the party’s over, de 1976, con firmas como las de Gene McFadden o Bunny Sigler en una buena parte del repertorio.

 

Archie Lee tuvo el buen tino de saber dar un paso atrás antes de que su estrella declinase, lo que le permitió un colofón tan hermoso como elegir el Carnegie Hall para el concierto de despedida de la banda, ya a finales de 1979. Como la caja luce en todo momento el nombre de los Drells, los recopiladores han preferido –aunque sea una decisión discutible– prescindir del único elepé de Bell en solitario, I never had it so good (1981), también difícil de localizar y con el que, ya puestos, habríamos redondeado la colección íntegra. En cualquier caso, hay en estos cinco discos hasta un total de 78 cortes para sorprendernos y enamorarnos con una formación muy por encima en lo musical de lo que seguramente guardásemos en la memoria.

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