¿Cómo no quererle y admirarle desde el primer día que lo conocimos? Rufus Wainwright lo tiene todo, absolutamente todo, para que lo consideremos uno de los artistas populares más importantes (sus óperas las dejaremos por ahora al margen) en la transición entre siglos. Los méritos que ya se esbozaban en un debut algo más que esclarecedor (Rufus Wainwright, 1998) acabaron eclosionando en esta segunda entrega, un monumento al manierismo y el buen gusto, a la rimbombancia justificada, al exceso en las formas como ropaje para un estado de gracia en una escritura como no se tenía noticia, por sofisticación y refinamiento, desde los tiempos de Burt Bacharach.

 

Wainwright tenía todos los mimbres y aquí ya sí que supo posicionarlos en la óptima dirección: un gesto hermoso y enfurruñado (la cara, el alma y los espejos, ya se sabe), dos progenitores ilustres y musicalmente prodigiosos (Loudon Wainwright III y Kate McGarrigle) con los que intercambiar halagos y pullas envenenadas, una voz cálida y bellísima de tenor –ese vibrato, por el amor de Dios–, un insultante dominio del piano. Y, por encima de todo, su escritura envolvente y barroca, una traslación al pop de maneras más propias del bel canto, el Hollywood clásico, el gran musical.

 

Hay al menos dos temas aquí, el que da título a la entrega (con su crescendo épico) y el juguetón Cigarettes and chocolate milk, que garantizan el ascenso directo a los cielos de la canción de autor, pero no se les quedan lejos ni la sensual Greek song, que debería sonar en cualquier gran película de Sorrentino, ni la peculiar intersección entre sarcasmo y pop soleado de California. Y aún nos quedan, ya en el tramo final, la gravedad de In a graveyard y el hermosísimo aire folk para la lectura de One man guy, un clásico de papá que Rufus reivindica junto a su hermana, Martha Wainwright, y su gran amigo Teddy Thompson, otro genio de padres distinguidos. No mucho más tarde llegarían los álbumes hermanos Want one y Want two, pero el refrendo del artista superlativo estaba aquí. Y perdura, ojalá aún durante muchos años, desde entonces.

6 Replies to “Rufus Wainwright: “Poses” (2001)”

  1. Completamente de acuerdo con tu atinado y profesional comentario, exacto y con la calidad de siempre. Para mí fue un descubrimiento y una sorpresa mayúscula. Adquirí sus cinco primeros álbumes de una tacada. Tengo especial predilección por “Want One” y “Want Two” y, sobre todo por “Release the Stars”, donde el compositor-cantante- instrumentista toca musicalmente el cielo. Su producción más cuidada y mejor. Una curiosidad que quizás no lo sea tanto: el mítico grupo vocal “The Manhattan Transfer”, publicó un larga duración trufado con canciones de él, a las que imprimió sus armonías vocales efectistas e impresionantes. Este disco se llama “Vocalese”. TMT comentan en los créditos que Rufus es el mejor compositor contemporáneo del momento… Un abrazo. Disfruto todos los días de UDAD, así que muchas gracias también.

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