A Marcos Cao le seguimos asociando con la cabeza visible y voz cantante de La Sonrisa de Julia, una formación apreciable que, después de media docena de álbumes en circulación, nunca ha llegado a descollar del todo. El más reciente, Maratón (2018), ya evidenciaba una vocación ecléctica que el cántabro refrenda ahora en su segunda entrega como solista, un disco de pop directo pero elaborado y minucioso, muy bien construido y mejor resuelto.
Serán cosas de la madurez, que ayuda poco a efectos mediáticos pero consolida el buen hacer artístico. Porque Marcos enhebra aquí una decena de piezas detallistas y meditadas, sencillas y directas en cuanto a su contenido pero desarrolladas sin caer en obviedades ni recursos vacuos. Alambre es un medio tiempo espléndido para abrir boca, con uno de esos estribillos emotivos y quebradizos que reflejan una saludable nueva masculinidad. La rompiente aporta una producción espectacular y juegos vocales sabrosos, mientras que Aguijón demuestra un acercamiento al pop con metales e influencias del otro lado del océano.
También mira a América, y más en concreto hacia Brasil, la encantadora Maravillosa, título elocuente para un himno sobre la conveniencia de resarcirse de los sinsabores y aportarle un poco de luz a nuestro devenir cotidiano. Y queda aún Morder carbón, burla mordaz hacia los artistas ególatras –que los hay, y todos sabemos que no son pocos– y un ejemplo fantástico de pop lujoso, pegadizo y elegantísimo. Igual que 20 mil perros, con su pátina de soul blanco y ese aire a Fito Páez que la hace irresistible. O Mañana mejor, que incluye algunos guiños bastante evidentes a George Michael, lo que siempre le sienta bien al cuerpo. El mundo puede seguir sin prestarle la atención debida a Cao, pero estaremos cometiendo una injusticia evidente, clamorosa.