La superposición de rostros en portada (ahora que tenemos entre las manos al fin la edición en vinilo, un lujo para los sentidos del oído, la vista y el tacto) no es solo una decisión estilística, sino más bien conceptual. Sucede, por contextualizar para quien no conozca las circunstancias, que Rita y Elisabeth no son mero tándem, sino hija y madre. Una circunstancia infrecuente que arroja, en su caso, resultados adorables: Rita Payés tiene algo de niña prodigio, pero la serenidad y calidez que aporta a la guitarra Elisabeth Roma a lo largo de todo el trabajo es, si cabe, aún más encomiable. Y conviene avisarlo para alabar por igual las excelencias de ambas, y no solo las de la joven y precoz jefa de operaciones.

 

La inusual alianza ya se había sustanciado en 2019 con Imagina, un trabajo de versiones que sirvió para calentar los dedos y la garganta y sentar las bases de una simbiosis que aquí se hace definitivamente grande y, como sugiere el título, epidérmica. Payés asume aquí la composición del grueso del repertorio, alterna su voz angelical con un trombón sobrio y se deja acariciar y arropar por las seis cuerdas de una progenitora que sugiere siempre clasicismo y exquisitez. Ella y su timbre cristalino son los que acaban de perfilar las excelencias, y basta embelesarse con el sonido de su trino en El Marabino, ese ya clásico y maravilloso vals del compositor venezolano Antonio Lauro, para comprender por qué esta alizana maternofilial, casera y autoproducida ha comenzado a beneficiarse de la viralidad de los ágoras virtuales.

 

El caso de Rita recuerda inevitablemente al de Andrea Motis, otra cantante e instrumentista sagaz, brillante y temprana nacida al calor de la Sant Andreu Jazz Band y tutelada por su cazatalentos en jefe, Joan Chamorro. La trompeta de Andrea es aquí un instrumento más sobrio y profundo, el trombón, que Payés emplea con una mesura casi pudorosa, como en permanente predisposición a que sea la guitarra materna quien focalice el brillo y marque el paso sonoro. Porque para seducir ya tenemos la voz trémula y contenida de la jovencísima Payés, debutante en 2015 con 16 años y de una madurez inaudita ahora que ya anda por los 21. Sobre todo en esa incontestable apertura que es Nunca vas a comprender, bolerazo de creación propia que deja temblando los cimientos del liderazgo de Sílvia Pérez Cruz en cuanto a la canción mediterránea con sustancia trasatlántica.

 

Sí, amigos, sí: la generación Z también puede saber de formas clásicas latinas, por no hablar del amor por la bossa nova que desprenden Doce de coco o Jorge do Fusa. También No digo que no (Vaca y pollo), la mayor travesura del vinilo; y no solo por el subtítulo, sino también por el inesperado pellizco de la guitarra eléctrica de Pol Battle. Así son las sorpresas y las confirmaciones en uno de los trabajos más elegantes de la temporada, un lujo que era necesario atesorar en el formato noble de las 12 pulgadas. Bien se lo merece; bien nos lo merecíamos.

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