Después de reediciones varias y de un pintoresco álbum de música infantil junto a su amigo de infancia Greg Gardner (Sing & Play New Folk Songs for Children, 2023), el tantas veces atribulado cantautor californiano Cass McCombs retoma la actividad en primera persona con un álbum extenso, enciclopédico y maravilloso que tiene algo de recapitulación en torno a sus dos décadas de andanzas musicales y mucho de golpe en la mesa, de reivindicación orgullosa y un aquí-estoy-yo que huye tanto de la altanería como de la falsa modestia. Interior live oak (que toma su título de una variedad de roble endémica de la Costa Oeste) es un elepé doble a todas luces y efectos, por mucho que ocupe un solo cedé: esas 16 canciones, algunas en el entorno de los seis y siete minutos, extienden sus encantos a lo largo de hora y cuarto y le sirven a su firmante casi como catálogo de madurez, porque abordan la práctica totalidad de géneros, estilos y modalidades que ha abarcado desde aquellas grabaciones caseras en los albores del nuevo siglo.
McCombs ya sabía lo que era adentrarse en el avispero de los álbumes dobles (las inapelables 22 canciones de Big wheels and others, en 2013), así que conoce de antemano la cantinela prejuiciosa que rige en estos casos: trabajos sobredimensionados, rechonchos o innecesariamente ambiciosos, oportunidades perdidas para haber contraído la colección a un elepé sencillo que siempre se imagina más impecable que el entregado a la imprenta. El motivo por el que la humanidad ha decidido que un elepé de 75 minutos es larguísimo y una película de 75 minutos es efímera (por no hablar de las panzadas a las que son capaces de someterse sin pestañear los seriéfilos) entra dentro de los misterios insondables en nuestras percepciones espaciotemporales. Pero prepárense para recibir una información muy valiosa: Interior live oak es sensacional. De principio a fin. Palabra.
Cargado de reflexiones más o menos sombrías, o como mínimo alumbradas desde el desasosiego (no faltan los recuerdos a seres queridos que ya no están o a amores que se disiparon), Interior… es una obra íntima, sentida y hasta sincericida que sirve para recorrer toda la sapiencia adquirida, a sus 47 años, por un hombre que lleva la mitad exacta de su vida publicando discos y puede presumir de 11 trabajos con su nombre. La inaugural Priestess ya coloca en la estratosfera los niveles de excelencia y melancolía con su aire clásico, entre Prefab Sprout y Jens Lekman, mientras que la excelente Peace podría pasar por una de esas canciones adorables que le nacen de entre los dedos con aparente facilidad a Josh Rouse. Pero aún nos falta el vértice más excelso del triángulo inicial, un Missionary bell tan acústico, frágil y devastadoramente evocador como las mejores páginas de Iron & Wine.
Cada corte se convierte así en un microcosmos de bellezas, recuerdos e influencias sonoras. Home at last aporta un guiño entre aparente y probable a Just like heaven, de The Cure, I’m not ashamed parece una de esas baladas de Everything But The Girl que de pronto le descubríamos cantando a Ben Watt y Who removed the cellar door? incorpora un regusto vaquero a la manera del primer Jackson Browne. Y así de emocionante transcurre toda esta aventura fabulosa, desde la canción de cuna dolorida (Diamonds in the mine) al drama sureño (los siete minutazos de Lola Montez danced the spider dance), hasta recalar en las inevitables pinceladas dylanitas del tema que sirve para titular y cerrar el trabajo. No se fíen de ninguna selección anual que olvide incluir este título en el listado.